Ala vista de que a finales del mes de julio se va a celebrar un festival taurino en Mallorca, tenemos que recordar que en nuestra comunidad autónoma existe una ley que regula las corridas de toros. Es la Ley 9/2017 de 3 de agosto. Tal y como se declara en su preámbulo, «En las Illes Balears las corridas de toros son escasas, solo se mantienen en tres localidades de Mallorca y en los últimos años se han aprobado declaraciones antitaurinas en numerosos ayuntamientos y en el Consejo Insular de Mallorca… El especial riesgo que comportan los espectáculos taurinos para los participantes, así como para el bienestar animal, hace necesaria una intervención pública que garantice los derechos a la vida e integridad física y a la seguridad de las personas así como el bienestar de los animales que son objeto de estos espectáculos».

En efecto, la mentalidad de la sociedad balear ha cambiado y no es la misma que hace unas décadas. Muchas costumbres han quedado obsoletas y las nuevas generaciones no se identifican con algunas de ellas. En concreto, una gran mayoría de la población desaprueba el maltrato animal y el uso de animales en espectáculos donde se les infligen daños corporales y psicológicos. Por estas razones, la ley 9/2017 prohíbe a las personas menores de 18 años asistir a las plazas de toros cuando se celebren espectáculos taurinos y establece medidas para que durante el transporte y manipulación de las reses se cumplan los parámetros de bienestar animal incluidos en la Ley 1/1992 de protección de los animales de Illes Balears y los estipulados en el Real Decreto 542/2016, de 25 de noviembre, sobre normas de sanidad y protección animal durante el transporte.

Estas normas son muy recientes y responden a ese cambio de conciencia operado en las sociedades modernas respecto al respeto por los animales. Tenemos que recordar que en el Congreso se está tramitando un paquete de reformas para otorgar más derechos y una mayor protección a los animales y, a buen seguro, que en los próximos años vendrán más cambios legislativos que irán recogiendo el sentir de la ciudadanía a este respecto. Tenemos que recordar también que los animales no son cosas de las que podamos disponer a nuestro antojo, sino seres sintientes, personas biológicas, entes vivos que, a semejanza de los humanos, gozan, sufren, desean, quieren, protegen a los suyos, forman familias, experimentan afectos, sueñan, se reconocen como individuos y tienen un destino que cumplir. No lo hacen exactamente como los seres humanos porque somos diferentes, mas no por ello, sus vidas son menos importantes ni valiosas.

La Declaración Universal de los Derechos de los Animales auspiciada por la Organización de las Naciones Unidas (ONU), declara en su artículo núm. 10, letra b): «Las exhibiciones de animales y los espectáculos que se sirvan de animales son incompatibles con la dignidad del animal». En este documento de 1977 encontramos la primera referencia a la dignidad de los animales. Se la relaciona con la exhibición pública, como si los animales poseyeran un cierto sentido del pudor, de lo íntimo. La Ley 1/1992 prohíbe en al artículo 64 el uso de animales como medio de reclamo o complemento de una actividad autorizada en las vías y espacios libres públicos. Otras leyes autonómicas de España establecen prohibiciones en el mismo sentido. En la normativa suiza relativa al bienestar y protección de los animales, la dignidad de los animales se define como una característica intrínseca de los mismos que debe respetarse en todo momento. ¿Se imaginan ustedes ser objeto de un espectáculo público? ¿Cómo se sentirían si les pusieran en medio de un coliseo rodeado de amenazantes personajes que usando estratagemas, útiles y pinchazos les hicieran correr y morder el polvo? ¿Qué sentirían al ver cómo, desde las gradas, el público gritara, se riera y gozara de su sufrimiento? ¡Qué indignante, qué denigrante, qué salvaje! A su manera, los toros sienten algo parecido.

Porque, repitámoslo una vez más, según la comunidad científica, los animales son seres sintientes que desarrollan una vida emocional compleja, sobre todo, los domésticos y domesticados, además de la gran mayoría de mamíferos que viven en estado salvaje. En anteriores ocasiones en las que he difundido este hecho, he recibido contestaciones por parte de personajes protaurinos de Mallorca, en las que han afirmado que el toro de lidia no sufre durante el espectáculo. Esta es la típica mentalidad medieval, miope y fanática. ¡Si el bravo no sufriera no correría detrás de quien le ha pinchado!

Como abogado especialista en derecho animal debo expresar mi más rotundo rechazo a la celebración de espectáculos que se basen en el sufrimiento de los animales. No es civilizado, ni humanitario. No es propio de una sociedad que, como dice nuestra Constitución, aspira a ser una democrática avanzada, y a colaborar en el fortalecimiento de unas relaciones pacíficas. ¡Seamos pacíficos también con los animales!