Diario de Mallorca

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Charo Izquierdo

#Niunamenos

No escribo yo. Escribe mi pena.

Habla mi dolor. Habla la rabia

Es imposible entender las razones que conducen a un ser humano (aunque la humanidad se presupone y no siempre se merece) a cercenar la vida de unas niñas, no unas niñas cualquiera, no, sus hijas. En inconcebible que sea, además, un acto perpetrado para dañar a quien les dio la vida, ejerciendo la conocida como violencia vicaria.

Me gustaría abrirle la cabeza, porque dudo de la existencia de su corazón, a él y a los supuestos hombres que matan a quienes un día dijeron querer, a quienes un día dijeron que amarían hasta la separación obra de la muerte, no del asesinato. Daría algo por colarme en el último pensamiento, no sentimiento, de quien elaboró el guión del crimen. Daría algo porque no hubiera perpetrado él su suicidio para narrarle la película de su horrible acción una y otra vez, modelo tortura, hasta provocar su eterna locura.

Beatriz, Olivia y Ana han sido asesinadas por el padre de las dos últimas. Ellas, víctimas de una muerte física. La madre, víctima de una muerte anímica, pues es seguro que nunca jamás podrá volver a disfrutar de una existencia normalizada.

Por si fuera poco macabra la noticia, el mismo día que aparecía el cadáver de Olivia, una de las niñas de Tenerife y a la espera de encontrar el de su hermana, otra niña, esta de 17 años, la sevillana Rocío, era hallada descuartizada por su ex pareja y padre de su bebé de cuatro meses, y le digo niña porque antes de los 18 se sigue perteneciendo a la niñez. Son semanas negras. Si en lo que llevamos de año 19 mujeres han sido asesinadas por sus parejas o ex parejas, once corresponden al último mes, en una especie de cruzada maléfica. Es la negritud, el infierno, la rabia, la vergüenza, no solo para las mujeres, sino para una sociedad que no puede permitirse asistir de brazos cruzados, inerme e inerte, a una desgracia tras otra infligida a las mujeres solo por el hecho de serlo, tal y como está descrita la violencia de género, la violencia machista, esa que niegan unos pocos para estupor de muchos, esa que ejercen pocos y que debería avergonzar a todos. A todos y a todas, porque hablamos de un problema que asola a la sociedad en su conjunto, si bien se ceba con una única parte de ella.

Escribo con la carne de gallina, y no puedo remediar recordar a esas familias que llorarán sin consuelo. Y agradezco a la Reina Letizia su solidaridad el mismo día de conocerse el desenlace de las dos tragedias, antes de su discurso de clausura en el Congreso Santander Women Now, recordando antes de su discurso: «No creo que haya nadie que no intente ponerse en la piel de las personas que aman a estas niñas, a estas menores asesinadas». Ojalá nadie signifique nadie y signifique además no poner en duda el fondo de esta violencia, la desigualdad entre hombres y mujeres.

Ahora que estamos todos tan concienciados con la salud, podemos empezar a hablar de enfermedad social porque la violencia de género es un virus social, una enfermedad que debería tener cura con la responsabilidad de todos, una enfermedad que cuenta con muchas vacunas para combatirla. Una por supuesto es la ley. Pero hay otra que actúa firmemente en todos los casos, contra todas las variantes de violencia de género, la vacuna de la cultura y sobre todo de la educación, de una cultura y una educación igualitaria, y esa no es solo la que se imparte en los colegios, es la que se aprende en las casas, la que se deduce de los medios de comunicación, la que se desprende de las series televisivas, los juegos infantiles, los videojuegos adolescentes, la que se escucha en las canciones, la educación bailable, la educación social también como social, digo, es la enfermedad.

Un país no puede vanagloriarse de ser símbolo de modernidad cuando no se levanta activo contra estos asesinatos de mujeres y niñas en un vil acto que es una corona de la desigualdad. No es un país para libres aquel en el que las mujeres sienten miedo, son acuchilladas, descuartizadas, matadas, por el hecho de ser mujeres, por el hecho de reclamar su libertad, por el de no aceptar el machismo supremacista. Es un país enfermo. Y hay que gritarlo y defenderlo, hay que defender a las mujeres y a las niñas y educar a ellas y a ellos para erradicar la atrocidad.

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