Con la perspectiva que ofrecen tres décadas de por medio y los indiscutibles beneficios alcanzados, hay que valorar como acierto sin paliativos la declaración y gestión de Cabrera como primer Parque Nacional Marítimo Terrestre de España.

El pasado jueves, 29 de abril, se cumplieron treinta años de la concesión del máximo grado de protección medioambiental al subarchipiélago balear con unos resultados que, como han reconocido los detractores iniciales, ya empezaron a apreciarse de inmediato tanto en el paisaje como en las aguas y el fondo marino de Cabrera.

Prácticamente en cuestión de días se pasó de las maniobras militares con fuego real a las estrictas restricciones de acceso terrestre y fondeo marítimo. El objetivo era claro y necesario como se ha demostrado después. Se trataba de resaltar y preservar un santuario natural único en el Mediterráneo.

Obtener la más alta catalogación de protección con la calificación de parque nacional para el espacio y entorno de Cabrera fue posible por varios motivos, primero porque hubo personas concienciadas, desde principios de la década de los 80, que supieron difundir la importancia de un ecosistema y una diversidad únicas, luego porque grupos ecologistas y en especial el GOB, hicieron de la cuestión militancia implicando en ello a la sociedad civil. También porque los partidos políticos, sobre todo los de izquierdas, construyeron las bases de consenso suficiente para trasladar a la Administración del Estado la necesidad de salvaguardar Cabrera al máximo.

Mención aparte merece el papel desempeñado por las Fuerzas Armadas en la operación. Si bien el Ejército de Tierra acataba con resignada disciplina el trasvase de su privilegiado campo de entrenamiento hacia la reserva natural, hay que reconocer que si Cabrera se libró de la feroz balearización de la época, fue en buena parte porque era infranqueable territorio militar. Este fue un servicio indirecto prestado a la patria. Servirla es también defender sus mejores ecosistemas.

Las 10.000 hectáreas protegidas inicialmente en 1991 se transformaron en 90.800 en 2019 y en 2009 el Govern pudo hacerse con la gestión directa del parque. Fue un logro de la Administración Autonómica pero también una transferencia que, como tantas otras que afectan a Balears, llegó sin la suficiente dotación económica y después de que recursos generados por el parque se destinaran a fines que no tenían nada que ver con él. En estas condiciones, el parque de Cabrera, con menos plantilla de personal y sin sede propia, padeció serios riesgos de paralización entre 2013 y 2016.

Pero parece que poco a poco los obstáculos se van salvando. La celebración de las tres décadas de tutela ecológica deben servir de revulsivo para ello. Cabrera es hoy el parque nacional español que más proyectos de investigación genera. También un lugar que se sirve en exclusiva de energías renovables. Es una lección de futuro, un ejemplo a seguir porque medidas de limitación individual han repercutido de inmediato en gran beneficio colectivo que ahora invita con atractivo al turismo ordenado y tranquilo a partir de los grandes valores ecológicos.

Si un día Cabrera supo librarse de la balearización, es muy probable que ahora Balears deba emprender el camino inverso de la cabrerización.