Cuestiones tan frívolas y fugaces como la evolución de la moda, encierran cuestiones complejas y profundas que son objeto de análisis para filósofos, sociólogos, historiadores y psicólogos, además de ser un poderoso motor de la economía.

Un ejemplo interesante son los vaqueros rotos que, como están pregonando los medios especializados en moda «aunque nunca se terminaron de ir, en 2021 vuelven con renovada fuerza». 

El fenómeno parece tan ilógico que ha sido objeto de múltiples estudios.

En torno a 1870, Levi Strauss creó en los Estados Unidos un pequeño negocio de pantalones hechos con lonas que eran especialmente resistentes y resultaban útiles para los mineros californianos. Su uso no solo se propagó por el mundo, sino que hoy más de 150 años después sigue siendo protagonista en los más diversos ámbitos sociales.

En la década de los 70 del siguiente siglo surgió el punk rock encabezado por el grupo de los Sex Pistols y su mánager Malcom McLaren, que introdujeron una concepción transgresora respecto al comportamiento, la música y la estética. Su idea era cambiar el significado de lo que es normal, bonito y correcto mediante actitudes provocativas que incluían, entre otras cosas, vestimentas desgarradas. Para acentuar aún más el significado rústico e informal que ya tenían los pantalones vaqueros, incorporaron un aspecto de desgaste inicial y en los años 80 surgió la moda de que llevasen un tajo bajo la rodilla.

Paradójicamente la industria de la indumentaria rápidamente incorporó la rotura al negocio transformando lo rompedor y contestatario en moda convencional y más montañas de dinero.

La prueba de que a esta moda no se le ve el final es que este año las cadenas más importantes de la indumentaria incorporan las roturas y desgarros en los vaqueros.

Ya existen roturas de «alta gama». La producción en serie de vaqueros agujereados se realiza mediante máquinas programadas de disparos láser que queman los tejidos en una producción en serie, pero para los exquisitos dispuestos a pagar un sobreprecio importante por tener una rotura más desgarrada y original, los talleres tienen operarios con tijeras especiales que rompen a mano los vaqueros.

Nada de todos estos fenómenos irracionales puede entenderse sin la todopoderosa fuerza social de la que se alimenta la moda. Todo lo que atañe a la moda pone en juego fenómenos tan amplios que están siendo estudiados por sus implicancias socio-políticas como las clases sociales y psicológicas como la identidad, el narcisismo y la sexualidad.

Renè König, un sociólogo alemán del siglo XX, publicó un libro titulado La moda en el proceso de civilización en el que afirma que en occidente la Revolución Francesa produjo una aceleración de la dinámica cambiante de la moda que no ha cesado hasta la actualidad. König considera que el desmoronamiento del sistema de clases y del absolutismo de la aristocracia es el origen de los cambios de la ornamenta indumentaria. Según este autor las antiguas clases y la aristocracia no desaparecieron de golpe, sino que hubo una transformación gradual con la progresiva pérdida de poder político, pero no necesariamente del prestigio de los «buenos tiempos». Eso habría generado un terreno fértil para la búsqueda de identidad y diferenciación que da la moda.

En cambio, el filósofo francés Gilles Lipovetsky, afirma que lo que define a la moda es su propia irracionalidad que impulsa la provocación, la seducción y el consumo. Este filósofo asocia la moda contemporánea a una cierta degradación y al carácter efímero de las emociones y de la afectividad. Incluso, según él, los ideales de felicidad que transmiten los medios de comunicación y los influencers esconden un trasfondo de frustración, de ansiedad y de debilitamiento de la salud mental. Además, afirma que lo novedoso se vuelve una regla obligada si se quiere entrar en el juego de la moda. Por eso una tradicional convención social penaliza llevar el mismo vestido en dos acontecimientos sociales.

En cambio, para el sociólogo alemán Georg Simmel lo fundamental es la imitación de quienes tienen más prestigio. Posiblemente todos estos análisis tengan algo de verdad y describan aspectos parciales de una cuestión muy compleja. La lectura que hace la psicología de la relación de los individuos con la vestimenta se centra en dos fenómenos de la interacción social: las formas de la comunicación y la presión de los deseos.

Una importante característica de la comunicación es la llamada meta-comunicación, que se refiere a lo que se comunica de una manera no verbal, como las actitudes posturales, la gestualidad, la expresión, la forma de mirar, el tono de voz o la vestimenta. 

Los deseos, conscientes e inconscientes ejercen una presión constante sobre la meta-comunicación. Cuando se trata de la forma del vestir, hay muy poca inocencia. Las personas muestran u ocultan partes de sus cuerpos, eligen colores, diseños, escotes, tajos, calidades o marcas que están codificadas socialmente por la moda y por los deseos hacia los demás. Entre esos deseos pueden existir la búsqueda del prestigio, la seducción, el reconocimiento, la agresividad o el empoderamiento entre otras tantas intenciones.

En el caso de los vaqueros rotos se ha producido un hecho sorprendentemente contradictorio hasta cómico. La estética punk en que se originó la exhibición de la rotura y el desgarro de la ropa pretendía meta-comunicar rechazo cuando no agresividad o indiferencia a las normas y la aceptación de la sociedad.

Pero lo extraordinario fue su rápida transformación en lo contrario por la implacable lógica de la moda. Dado que la moda esclaviza en base a la dependencia de los otros, los consumidores no solo eligen dócilmente los agujeros, sino que, incluso pagan un sobrecoste por llevarlos.

Para el conocimiento actual del ser humano y sus emociones esta aparente contradicción no es más que la confirmación de que solo un autista puede librarse de la necesidad de ser amado.

De ahí la ironía de que los vaqueros rotos que nacieron para decir «no me importas» ahora gritan «mírame por favor».

Entre el extremo del aislamiento autista y la dependencia obsesiva de la moda que lleva al consumismo compulsivo, lo psíquicamente saludable es una actitud instrumental. La vestimenta, entendida como un acto de comunicación intencionada, bien puede ser parte de las decisiones de un individuo en sintonía con sus necesidades y deseos.

Precisamente, con la finalidad de definir la eficacia de la psicoterapia basada en aumentar el autoconocimiento el psicólogo Carl Jung afirmó: «Lo que niegas te somete, lo que aceptas te transforma».