Desde que se desató la crisis con Ucrania, infinidad de artículos, muchos de ellos de periodistas especializados y politólogos de sólida trayectoria, ofrecen sus interpretaciones de lo que está ocurriendo. Intentan establecer claves fundamentales, intencionalidades ocultas, relaciones causa-efecto y las más diversas interpretaciones que permitan develar el verdadero sentido de lo que está ocurriendo.

Los ingredientes incluyen, desde macro variables geopolíticas económicas e ideológicas hasta psicoanálisis de la subjetividad de Putin, incluyendo su desgarrada historia familiar y las experiencias y acontecimientos que lo marcaron.

Pero, como lo comprobamos día a día, casi todos los análisis resultan incompletos, cuando no fallidos, a la hora de hacer predicciones.

Los hechos que estamos presenciando se resisten a ser ordenados en ninguna lógica ni sistema de predicción.

La magnitud de la tragedia y la destrucción que nos traen las noticias, así como las amenazas y los efectos que podemos llegar a padecer hacen parecer superfluas las reflexiones, pero, en la medida que ayudan a pensar, pueden no ser un pecado.

Dado que la agresividad asesina, la solidaridad generosa, la compasión, el amor, el odio y el esfuerzo cognitivo son atributos humanos que se expresan en esta guerra, como en cualquier otra, pueden hacerse paralelismos con problemas con los que trata la psicología clínica.

Es un hecho incuestionable que al analizar la personalidad de un adulto no puede establecerse una relación lineal entre las intenciones que sus educadores tuvieron en su infancia y el producto final.

Casi todos los padres experimentan sorpresas en relación a sus expectativas con sus hijos. A veces prima la decepción, otras la satisfacción ante un talento inesperado.

Freud utilizó como metáfora la difracción de la luz, que es lo que hace que un palo que se sumerge en el agua parezca torcerse. Lo hizo para explicar la imposibilidad de predecir en qué acabarán convirtiéndose los estímulos que afectan a la vida de los niños cuando crezcan.

La razón de tan alto grado de imprevisibilidad es que los acontecimientos y estímulos que llegan a un niño son objeto de una enorme red de simbolización que los carga de diversos valores y significados.

Esto tiene una gran importancia para el diagnóstico de los traumas, ya que lo traumático no depende solo de la agresividad de un acontecimiento sino del significado que adquiere en el mundo emocional del niño. Esto se debe a que el niño no es un objeto pasivo sino que tiene sus propios impulsos.

Volviendo a la crisis actual, la razón por la que los mejores análisis no logran dar una interpretación global y clara, es por algo parecido.

Y no es necesariamente que sea falsa, por ejemplo, la afirmación de que el proyecto de que Ucrania ingrese a la OTAN haya sido una provocación a Putin.

O la otra que afirma que detrás de todo está el interés chino para el cual Rusia es un peón de su ajedrez, e incluso que todo se origina en la megalomanía de quien empezó esta guerra.

Ocurre que, como en la educación de los niños, cada variable es inmediatamente atrapada por una telaraña casi infinita de factores causales.

Cualquiera de esos factores, o mejor dicho la caprichosa convergencia de todos puede definir el curso de los acontecimientos.

Encontrar una clave fundamental que proporcione un sentido para comprender o un culpable a quien odiar, alivia.

También los padres suelen preguntar «qué hemos hecho mal» cuando un niño presenta algún trastorno de conducta.

Lamentablemente, no hay análisis ni ensayo que nos asegure cómo ni cuándo acabará esta guerra. Menos aún darle un sentido.

Quizás al refrán que dice que las armas las carga el hombre y las descarga el diablo se le debería cambiar el diablo por la incertidumbre.