Los días 10 y 11 de diciembre tuvo lugar el último Consejo de Europa del año presidido por Alemania. Berlín no podía imaginarse la situación en la que se encontraría la UE hace ahora un año, cuando planeaba estratégicamente su presidencia rotatoria. El contexto pandémico ha provocado una reorganización de las prioridades, lo que incluye el cambio radical en la política económica que ha dado un giro de 180º abandonando las políticas austeritarias y de control de la deuda, por las que apostó Angela Merkel durante la crisis de 2008.

Ha sido este un año de cambios, con una nueva Comisión, que tenía en el horizonte la negociación del presupuesto plurianual 2021-2027, la realización de la Conferencia sobre el Futuro de Europa y la salida del Reino Unido. Tres elementos esenciales para determinar hacia dónde habría de dirigirse la UE en el futuro próximo. Todos se han retrasado, el presupuesto se ha aprobado en este último Consejo, no sin dificultades; el brexit continúa negociándose ya sobre el tiempo de descuento, y la conferencia ha sido aplazada.

A pesar del tremendo año por el que estamos transitando, es importante mencionar que la UE en general y el Consejo Europeo en particular, han reaccionado ante lo que era un clamor ciudadano de manera solidaria, frente a los peores pronósticos. Muchos fueron los temas sobre los que se habló en esta última reunión de jefes de Estado y de Gobierno, pero han sido, quizá, dos de ellos los que más relevancia tienen de cara al futuro inmediato del proyecto europeo.

El primero, la aprobación ‘in extremis’ del presupuesto plurianual, sobre el que se cernían las amenazas de polacos y húngaros. Como todo en la UE, en este caso también había intereses cruzados. La presidencia alemana cometió la torpeza de vincular la aprobación del presupuesto con la aprobación de la vinculación de la defensa del Estado de derecho a la recepción de los fondos de recuperación. En el primer caso, la votación era mediante el voto por unanimidad; en el segundo, por mayoría cualificada. La ecuación es sencilla: si Hungría y Polonia no conseguían lo que pedían en la segunda, bloquearían el voto en la primera, en un claro ejercicio del dilema del gallina de teoría de juegos. Orban y Morawiecki no cedieron hasta conseguir sus objetivos parcialmente al tiempo que mostraban su capacidad de bloqueo, mientras hacían temer al resto de Estados miembros por la recepción de los fondos.

El segundo, la reducción de las emisiones en un 55 % para el año 2030. De nuevo aquí, los países de Visegrado han sido los más combativos debido a su alta dependencia económica de los recursos fósiles, especialmente el carbón. A pesar de los planes de contingencia elaborados desde Bruselas, estos países se mostraron contrarios a la propuesta, para finalmente ceder a cambio de la revisión del mecanismo de apoyo financiero a la transición energética.

Estos dos casos, junto con la política migratoria, muestran cómo las fracturas entre Este y Oeste se afianzan. Si bien se consigue llegar a consensos, lo cierto es que cada vez es más complicado alcanzarlos. La politización de la UE es un fenómeno imparable. Geográfica e ideológicamente existe cada vez un mayor número de propuestas que quieren ser discutidas. Esta unión ya no es la de los años 80, cuando España se incorporó a las instituciones; ahora, la política europea ya no está controlada por dos familias, democristianos y socialistas, ahora hay otras familias políticas que quieren que se las escuche: verdes, Izquierda Europea de un lado, pero también los liberales han ganado el suficiente peso específico como para tener algo que decir sobre qué tipo de proyecto europeo construir. Pero, además, se han incorporado nuevos Estados que, nos gusten o no como son gobernados, son miembros de pleno de derecho del proyecto europeo.

El debate, la reflexión y la política con mayúsculas tienen que sustituir a los tecnócratas y burócratas que han dominado la escena europea hasta la fecha. Los grandes acuerdos europeos ya no se construirán en torno a una gran coalición de centroderecha y centroizquierda, sino que será necesaria la inclusión de otras voces y visiones. Y quizá, solo quizá, así consigamos construir una UE de rostro más humano, una Europa más sostenible, más social y más igualitaria.