Criado entre charcos, chamas y chamarilería le bastaron quince años para apartar las penurias y adentrarse en las vanaglorias del triunfo. Su prematura mayoría de edad se debió a dominar como nadie el arte del balón. Su cabeceo y sus disparos le desplazaron del asentamiento para encumbrarle en una Masía cuyo distintivo es ser algo más que un club. Con todo, nunca fue suficiente para que llegara a cambiar sus señas de identidad. Ni el dinero, ni el poder consiguieron que el Pelusa abandonara Villa Fiorito; sencillamente, no podía. Estaba demasiado dentro de sí, la llevaba en sus entrañas. Las mieles del éxito logrado con increíbles dianas le ocasionaron multitud de patadas; las sorteó como pudo, no como quiso. Goicoechea, la Camorra, la coca, el alcohol, el desmadre, su Argentina, las minas, el paraíso cubano, Sinaloa, su corazón … La vida es y ha sido para él una verdadera tómbola en la que se han cruzado sin más una infinitud de proezas y un sinfín de despropósitos. Su arte solo se atisba, y se valora, cuando se convierte en un juguete roto

Si yo fuera Maradona

y un partido que ganar,

si yo fuera Maradona

perdido en cualquier lugar

Recuerdo a Manu Chao, en la salita de Son Comparet, hacerme el cuento del maridaje de dos inefables, Kusturika y Maradona, cuando en los arrabales de Buenos Aires el cineasta rodara su documental sobre la vida y milagros del Pelusa. Eso fue en el año 8 de este siglo cuando este pequeño astro del espectáculo todavía no había anclado en Sinaloa donde su cartel lo ficharía para alumbrar su prestigio. Otro eslabón de sus clemencias. Otra estación de su vía crucis. Su calvario, sin mácula, le recordaba que su vida, su destino, no había logrado romper las rejas de la villa miseria que le vio nacer. Lo ha hecho hoy, en el Tigre, chiquito, enclenque como nunca, sin rizos, ocultando sus tatuajes ya sin panza, tras cumplir seis décadas de avatares múltiples, inconcebibles. Efectivamente, aquel pebete nunca salió de su enjambre, de aquellas aguas albañales tan distintas y tan distantes de las que pueblan el estuario del Río de la Plata donde le ha dado por fallecer. De aquel pibe de Villa Fiorito a ese símbolo de los descamisados eternos que, aun cargado de todo el oro del mundo, nunca ha dejado de ser, no media sino un visillo. Si su mano fue la de dios, su cuerpo lo alimentó el diablo. Todo lo demás sobra. Por y para algo, Diego Armando Maradona ha sido, es y será alguien imposible de clonar: ¿un sueño? ¿Una pesadilla?