Me crié en un entorno físico de estanterías plagadas de libros de historia militar. Al mismo tiempo me eduqué en una época en la que muchos profesores de historia abominaban de la historia militar por considerarla un trasnochado asunto de señores rancios y muy de derechas, y desconectada del caudal del conocimiento histórico significativo, que era el económico y social y, en menor medida, el político.

Es cierto que los sectores más conservadores y belicistas han demostrado su tendencia a confundir la historia en general con la historia de la guerra, como si los períodos de paz fueran poco más que insulsos paréntesis entre las partes realmente interesantes del relato de otros tiempos. No es menos cierto, empero, que la historia militar nos informa acerca de la concepción de la violencia en sociedades pretéritas, así como de las relaciones entre la forma de hacer la guerra y la organización social de cada formación histórica; además nos habla de cómo reaccionan los seres humanos ante situaciones críticas y también, si uno es amante de la estrategia, nos introduce a la teoría de juegos.

Pero hay otro aspecto muy relevante y es que, al ser los ejércitos estructuras altamente jerarquizadas, estudiar su historia nos ofrece muchas pistas acerca de las organizaciones jerárquicas en general. Sí, la comprensión de los puntos fuertes y débiles de un ejército concreto en un momento dado suele ser perfectamente extrapolable al análisis de otro tipo de instituciones como las grandes empresas, los partidos políticos y sindicatos, o los Estados.

Pocos dudan de que los terribles acontecimientos que asolaron el mundo entre 1939 y 1945 constituyen aún hoy continua fuente de conocimiento y de comprensión de nuestro presente. En aquel no tan lejano segundo conflicto mundial algunos ejércitos ofrecieron un desempeño mejor que otros. Es simplista, casi pueril, la creencia de que los ejércitos que lucharon bien lo hicieron sólo porque sus soldados eran valientes, mientras que los ejércitos poco eficaces estaban encuadrados por poco menos que cobardes vestidos de uniforme. En cambio, un factor fundamental al comparar ejércitos se encuentra en la aptitud y actitud del cuerpo de oficiales de cada una de las fuerzas armadas participantes, y en su manera de relacionarse con sus tropas. Es decir, que el liderazgo es fundamental para entender cómo y por qué una organización jerárquica es eficaz o ineficaz.

El ejército alemán cuenta entre los de mejor desempeño de la guerra, pese a ser finalmente el gran derrotado. Sus oficiales eran entrenados para actuar con gran autonomía en el campo de batalla desde los escalones más bajos, de modo que eran capaces de tomar decisiones y seguir guiando a sus soldados incluso cuando habían perdido contacto con el cuartel general o con sus superiores jerárquicos inmediatos.

El ejército británico, uno de los grandes ganadores de la guerra, contaba con oficiales que sabían compartir las penalidades de la vida en campaña con sus subordinados, de modo que comían las mismas raciones que los demás, fuera cual fuese su calidad y 1 cantidad, y no acostumbraban a cubrirse del fuego enemigo hasta que el último de sus hombres lo había hecho también; el resultado era que dichos oficiales sufrían un excesivo número de bajas, pero casi siempre eran seguidos por sus soldados sin dudar cuando les exigían un sobreesfuerzo o una exposición al peligro. En el ejército de los Estados Unidos, la gran potencia cuya intervención marcó el punto de inflexión de la guerra, los mejores oficiales eran asignados a la retaguardia, a las unidades de intendencia y de sanitarios. Esto provocaba problemas en primera línea, donde solían estar los oficiales menos aptos, pero a cambio a las tropas norteamericanas nunca les faltaba de nada, ni armas, ni pertrechos, ni comida, ni la seguridad de una rápida evacuación a un hospital de campaña en caso de sufrir heridas. El Ejército Rojo, el gran responsable del desangramiento y consecuente derrota de la potencia alemana, no destacaba por la especial calidad de sus oficiales, pero sí por su capacidad para asumir pérdidas monstruosas, de modo que lo masivo de su organización hacía que enormes reservas provenientes de múltiples regiones afluyeran a los sectores del frente que más lo necesitaban, y así los puntos débiles eran sostenidos por una multiplicidad de otros sectores no sometidos a tanta presión.

Otros ejércitos como el francés, el italiano, el rumano, el húngaro, el búlgaro, el chino o el japonés tuvieron peor desempeño. El caso francés es tan particular y complejo que excede las pretensiones de este escrito. Los demás compartían no sólo una crónica falta de armamento moderno, adecuada intendencia y entrenamiento suficiente, sino también un cuerpo de oficiales de formación técnica discutible en el mejor de los casos, y con tal nivel de segregación en relación a las clases de tropa „gozaban de un nivel de confort y avituallamiento impensables para cualquiera de sus subordinados„ que hacía que los hombres no sintieran apenas conexión con sus supuestos líderes en el campo de batalla. Así, estos soldados „excepto los japoneses, culturalmente muy especiales„ solían estar desmoralizados, con lo que mostraban poca predisposición a cumplir unas órdenes que parecían conducirles más a un matadero que a una resolución satisfactoria de sus teóricos objetivos.

Ante la emergencia sanitaria y consiguiente colapso económico que estamos viviendo, y tal y como explicó en su momento el ministro Illa, aquí no podemos hacer como en China, donde todo el país se puso al servicio de las necesidades de una provincia concreta, la de Hubei, con una estrategia exitosa comparable a la del ejército soviético durante la Segunda Guerra Mundial.

En cambio, en estos momentos de miedo, incertidumbre y suspensión de derechos civiles, cabe preguntarse si nuestros líderes poseen algunas de las cualidades citadas de los otros ejércitos que tuvieron un buen desempeño. ¿Demuestran rápida capacidad de adaptación y de toma de decisiones pertinentes bajo presión, como un oficial alemán? ¿Son, como los oficiales británicos, ejemplares y comparten penalidades con la población a la que pretenden dirigir y orientar? ¿Son capaces de planificar y organizar con excelencia, como los norteamericanos, de manera que a 2 nuestros sanitarios y demás personal esencial, así como a los enfermos, personas con especial riesgo, y población en general, no les falte de nada? ¿O muestran, por contra, una inquietante incompetencia e indolencia hacia el sufrimiento de un pueblo desprovisto de recursos para ganar lo que estos mismos supuestos líderes se han apresurado a llamar 'guerra'? Y es que ya se sabe que "mientras dure la guerra" no se debe criticar al alto mando, y se debe aceptar toda restricción, incluyendo la de la propia libertad, en nombre del bien común.

En los ejércitos anglosajones se conoce a los oficiales carentes de liderazgo y con quienes sus tropas no pueden contar en situaciones críticas porque se bloquean, toman decisiones erróneas o se dejan llevar por el pánico, con la expresión peyorativa 'uniforme hueco'. Cada vez que veo a un líder político fingiendo que sabe lo que tiene que hacer, mintiendo acerca de la realidad en los hospitales o del trato que se está dispensando y se piensa seguir dispensando a nuestros mayores, justificando la falta de solidaridad entre países o regiones, sacando pecho por la supuestamente modélica actuación gubernamental „incluyendo la más elemental falta de previsión y también de autocrítica„, esquivando las preguntas más comprometedoras que formulan los periodistas, o intentado hacernos creer que esto de la educación online universalizada marcha razonablemente bien -vale, aquí transparento cuál es mi gremio y sus problemas, disculpe el lector mi impudicia-, sé que tengo ante mí un uniforme hueco.

* Profesor de secundaria