Escribía Josep Ramoneda (por quien tengo mucho respeto) que el presidente Sánchez al hablar de "nosotros" y "ellos" estaba incurriendo en un grave error político y en el fondo, haciendo seguidismo a Torra, que siempre hace la misma distinción.

No le falta razón, pero le ocurre lo mismo que a aquel senador brasileño que fue interpelado tras una intervención parlamentaria. Le contestó su oponente "tiene razón el señor senador, pero el problema es que no tiene toda la razón y la que tiene además no le sirve".

Catalanes y españoles al mismo tiempo son todos los ciudadanos que viven en Cataluña, con independencia de sus aficiones, ideología o aspiraciones políticas. En este sentido no hay un "ser" catalán sino múltiples formas de entender la catalanidad. Todo muy respetable. Ahora bien, el nacionalismo es, por definición excluyente, sea cual sea su origen, español, catalán, polaco o serbio. El nacionalista solo concibe la patria de una manera y si es necesario inventarse un pasado que nunca existió y procurar un futuro que nunca llegará, lo hace sin miramientos ni contemplaciones. Históricamente hemos asistido a explosiones nacionalistas que han provocado guerras, sufrimientos indescriptibles y total desolación. El presidente de la Comisión Europea, Jean Claude Juncker, se despidió de su cargo con un discurso en el Parlamento europeo y dijo "hay que luchar por Europa y combatir el nacionalismo estúpido y corto de miras".

Por supuesto que hay un conflicto político en Cataluña, aunque básicamente lo de ahora es un abismo que separa a dos o tres maneras de entender la catalanidad. Pero no puede haber diálogo productivo cuando una parte insiste una y otra vez en la ilegalidad amparándose en un derecho que no tiene y que no tendrá en un futuro previsible. Repitámoslo cuantas veces sea necesario: Nadie está por encima de la ley, la democracia no está por encima de la ley sino que ésta establece el marco legal en el que se ejercitan los derechos.

Por tanto, ningún gobierno puede aceptar sentarse a una mesa de diálogo en el que la otra parte pone como condición el reconocimiento de un derecho que no tiene, sea la independencia o la autodeterminación. Todo mi respeto para quienes piensen que vivirían mejor siendo independientes. Pero el deseo y la realidad no siempre van juntos.

Ningún gobierno español se sentará nunca a una mesa de diálogo en la que el punto fundamental sea como negociar la independencia de Cataluña porque ningún gobierno puede situarse al margen de la Constitución y de las leyes. No parece tan difícil entender esto. Ahora bien, negociar el mejor encaje de Cataluña en España dentro del marco constitucional debe ser obligación de todo gobierno de la nación. Eso sí, sin amenazas y con total lealtad por ambas partes.

Las emociones y los sentimientos casan muy mal con la razón. Para gobernar es mucho más importante tener la razón que dejarse llevar por lo sentimientos. En general para todo es mejor tener razón. Solo en el ámbito más privado como puede ser el del amor, la familia o los amigos podemos dejar llevarnos por las emociones. Es cierto que los catalanes, sí, en general, son muy sentimentales o emotivos. Y lo digo porque nunca he entendido que un pueblo, un país o una comunidad pueda elegir una derrota para celebrar su fiesta "nacional" como hace Cataluña el 11 de septiembre. Normalmente se conmemora o se celebra una victoria o una hazaña o algo similar.

¿Será que el catalán medio se identifica mejor con el conflicto, con el victimismo que con el éxito? Me cuesta creerlo, pero mientras los que pretenden ahora la independencia no entiendan que sin la razón (dentro de la ley) no tienen futuro, me temo que tenemos conflicto servido para mucho tiempo.