Tengo 71 años y tengo un hermano blauet de Lluc. Ya falleció, y así reza la lápida de su tumba: "Joan Ferrer i Pons -Blauet- morí 22 de abril de 1959, al cel sia".

En aquella ocasión me sentí huérfano de mi único hermano mellizo, y ahora quiere, usted y su consejo general, arrebatarnos a nuestros padres (misioneros de los Sagrados Corazones) aquellos hombres que grabaron en nuestras mentes y en nuestros corazones los valores éticos, morales y religiosos que rigen nuestras vida y las de la mayoría de los hombres y mujeres de Mallorca.

La ciudad y los pueblos de Mallorca no entienden al santuario de Lluc sin los misioneros. Una congregación (la única) que fue fundada por un mallorquín y que años más tarde aceptó el compromiso de custodiar y de predicar los evangelios, de regir y extender el amor a la moreneta por toda Mallorca, y de cuidar, enseñar, dar alimento y cobijo a la escolanía de los blauets.

Y ahora ustedes en una decisión unilateral pretenden hacer tabla rasa, plegar velas y abandonar el santuario. Si alguien pretendiera hacer lo mismo con el de Montserrat seguro que toda Catalunya se levantaría en contra, tanto los ciudadanos como todas las instituciones. Pero nosotros somos una isla pequeñita y los mallorquines tenemos, no sé si llamarlo virtud o defecto, un carácter muy pacífico tolerante y permisivo. Pero esto no quiere decir que no tengamos nuestro corazón y razonamos, y nos sentimos profundamente ofendidos. Tal vez ustedes con su mentalidad dominica, argentina, ruandesa y del Camerún no alcanzan a comprender el alcance de su decisión. ¿O acaso quieren convertir el santuario de Lluc en una ermita?