Paseando hace unos días por Madrid, barrio de Chueca, me encuentro de pronto ante el rótulo de la fachada de un bar de copas, decorado con el simpático dibujo de una enorme coccinella septempunctata (insecto también conocido como mariquita), colorada y con motas negras. Lo cual, dada la clientela mayoritariamente gay del local, podría ser chocante para cualquier amante de lo políticamente correcto. Le hago una foto y se la envío a mis hijas. Pocos metros más adelante veo en el escaparate de una tienda de ropa de simbología LGBT, una camiseta cuya parte delantera lleva serigrafiado lo siguiente: "MARICONEZ". Le hago otra foto y se la envío a las mismas destinatarias.

Pretendo ilustrar con ello algo que les expuse días antes, cuando ellas me preguntaron que qué opinaba sobre la polémica surgida en relación a la inclusión de ese palabro en la letra de una canción de los años 80 que debía interpretar el concursante de un programa de televisión muy popular actualmente (y que yo no veo, por no ser apto para amantes del rock and roll) en el que se elige al representante de España en el festival de Eurovisión (o algo así, no me hagan mucho caso). Les respondí que, en mi opinión, todo dependía de cómo se usaran las palabras y en qué contexto. Que era inaceptable que se utilizara para menospreciar o tratar de ofender a alguien. Pero que, como el otro día decía Olvido Gara Alaska en un programa de radio, gracias a la tolerancia que se respiraba en el ambiente en la década de los 80, en aquella época las palabras "maricón" o "mariquita" empezaron a ser utilizadas de forma pública y generalizada por los propios gays para referirse inofensivamente a sí mismos, en un ejercicio de libertad personal que pretendía normalizar su situación, y superar tiempos oscuros y de terrible marginación. Les expliqué también que creo sinceramente que hemos entrado desde hace unos años en una dictadura de lo políticamente correcto que atufa, por un lado, a ignorancia sobre la verdadera lucha por la libertad que se vivió en España hace apenas tres décadas, y, por otro, a hipocresía del "quedar bien".

Me viene a la cabeza lo anterior al conocer la triste noticia de la muerte de Lolo Rico, realizadora y alma máter de uno de los programas más interesantes de la historia de la televisión: La Bola de Cristal, un espacio supuestamente infantil (aunque apto para todas las edades) emitido de 1984 a 1988 en TVE, que trataba a los niños como a personas inteligentes. Quienes lo seguíamos pudimos disfrutar de divertidos capítulos, cultos y surrealistas, que dejaron poso en muchos de nosotros. Además de disfrutar de propuestas musicales, a veces artesanales, que impulsaron la carrera de músicos de gran creatividad (sin necesitar -al contrario que hoy en día- del permiso de la omnipresente industria musical). Y todo, con fino humor y mensajes críticos proclamados por electroduendes y personajes humanos, que provocaban el efecto de hacer reflexionar a los más pequeños, sin ninguna maldad, ni efecto pernicioso para su formación (al contrario).

Quizá sea ése el motivo por el que el programa fue cancelado, y por el que actualmente sería impensable un espacio similar. Porque no interesa que la gente aprenda a pensar por sí misma. Y, menos aún, cuando deben empezar a hacerlo: es decir, desde pequeños. Porque lo que interesa es una población aborregada y sin espíritu crítico (que así es más fácil despistarla con periódicos trucos de prestidigitación política).

Para ello, desde el poder se aplaza indefinidamente una reforma educativa de vocación permanente y no partidista. Se promueven entretenimientos tales como el futbol (no como deporte, sino como "religión"), los toros (esa anacrónica tortura espectáculo), realities llenos de falsos romances de obsolescencia programada, y tertulias en que aspirantes a famosos -por ser famosos- critican a otros que ya son famosos -por ser famosos-. Pan y circo. Además de alentarse una moral superficial de lo políticamente correcto, que a nadie defiende, y que solo limita la libertad, la capacidad de reflexión y el espíritu crítico; y que, en caso de vulnerarse, envía al sacrílego a una santa inquisición social que intenta condenarle al ostracismo.

Me gustaría que todo esto fuera sólo una fase. Y que la ley del péndulo nos trajera en el futuro aires muy distintos. Pero lo único cierto es que vivimos malos tiempos para la lírica. Y muy buenos para la hipocresía.

* Abogado