El 19 de octubre se ha celebrado el Día Mundial del Cáncer de Mama. Una gran cantidad de publicaciones y conferencias sobre la lucha contra este flagelo que afecta a cada vez más mujeres han revelado mucha información sobre el tema.

Una de las informaciones es el aporte de la psico-oncología como sub-especialidad dentro de la psicología clínica. De este modo la psicología clínica se suma a los recursos terapéuticos multidisciplinarios y además, en el caso del cáncer de mama, estudia la consecuencias psicológicas en la vida de las pacientes y su entorno una vez superada la enfermedad. Los oncólogos coinciden, y las estadísticas respaldan, que los avances en diagnóstico precoz y tratamiento están incrementado significativamente la supervivencia y, por lo tanto, la necesidad de atender también los impactos emocionales y sus secuelas. Las buenas noticias respecto a una supervivencia incrementada se relacionan con la entrada en escena de un problema tal vez inesperado, pero que se hace cada vez más importante. La estadísticas revelan un significativo aumento de separaciones asociadas a la enfermedad.

Una de las causas de este efecto tiene su origen en una de las transformaciones más espectaculares de la modernidad.

Es que los desarrollos vertiginosos de la bio-tecnología y la medicina nos acercan a la inmortalidad, o cuanto menos a un salto cuantitativo en la esperanza de vida. En palabras del historiador Yuval Harari autor del libro Homo Deus, breve historia del mañana nos vamos transformando en dioses inmortales y cada vez más deseosos de placer. Esto hace que los lazos que sostienen la pareja estén experimentado una mutación en la que las normas fijas y obligaciones son remplazadas por un incremento en la búsqueda de la felicidad, y la satisfacción afectiva y sexual. Esta disminución de la fuerza de los elementos formales hace las uniones mucho más inestables y frágiles.

Para la psico-oncología resulta de interés explicar que factores psicológicos del hombre y la mujer se alteran tras un cáncer de mama, produciendo, en un número significativo de casos, la ruptura de la pareja.

Aunque no sea exclusivo en mujeres, cuando la mujer es quien enferma y quien sufre los efectos de la enfermedad y del proceso de cura, que muchas veces supone una cirugía radical, los 2 miembros de la pareja se ven involucrados y reaccionan de manera distinta.

Para la mujer el tratamiento anti-androgénico, o sea de inhibición de las hormonas sexuales supone una menopausia inducida, pero al igual que en la menopausia normal, la observación clínica no muestra una incidencia radical en la intensidad de la libido ya que el componente hormonal es solo una parte de la motivación femenina hacia la intimidad física. Del mismo modo que el ser humano no solo come por hambre el interés por las caricias no se alimenta solo de hormonas. Incluso la sensación de vulnerabilidad del penoso proceso de cura llega a aumentar la sensación de necesidad de afecto que es un componente de la sexualidad humana... o puede serlo.

Por razones tanto biológicas como culturales el deseo masculino suele tener un mayor componente fetichista y eso explicaría su mayor fragilidad ante los cambios físicos de la mujer.

Sin embargo, hay un dato antropológico que muestra que el fetichismo masculino no está necesariamente atado a elementos fijos. Veamos un par de ejemplos. El ideal de belleza muta a lo largo de la historia, como lo prueban las mujeres desnudas que pintaba Rubens, el célebre pintor flamenco cuyas modelos regordetas y celulíticas, ideal de belleza en el siglo XVII no podrían subirse hoy a las pasarelas contemporáneas que las prefieren anoréxicas.

El otro ejemplo procede de las diferencias entre las distintas culturas. En la sociedad tradicional japonesa, las nucas femeninas constituyen uno de los más importantes emblemas eróticos para los hombres. Según algunos autores es ese el origen de los peinados recogidos de las Geishas.

Estos dos ejemplos valen para mostrar que, por suerte, para las parejas sólidamente unidas el deseo y el erotismo pueden sobrevivir gracias a esa capacidad del deseo humano de transformación y desplazamiento.

No deja de sorprender que se puedan encontrar chispazos de sabiduría hasta en el libreto de una película comercial. En El indomable Will Hunting del director Gus Van Sant de 1997, un protagonista le dice a otro: "No eres perfecto amigo. Y voy a ahorrarte el suspense. La chica que conociste tampoco es perfecta. Lo único que importa es sí sois perfectos como pareja".