Los mallorquines pagamos las campañas hollywoodienses del PP por lo menos en 2003 y 2007, aunque al tratarse de las únicas elecciones investigadas, podemos sospechar racionalmente de las demás. Aquellos fastos vienen definidos por los lienzos de centenares de metros cuadrados colgados de los laterales de edificios, con las imágenes terroríficas de Jaume Matas y Rosa Estarás. No se trataba de ganar, sino de apabullar. Hay muchos mallorquines que votan a los populares, pero incluso estos electores acérrimos tienen derecho a sorprenderse de que el partido hegemónico no solo reclamara su sufragio, sino también su dinero.

En el camino hemos aprendido que los militantes del PP no abonaban ni las modestas cuotas, aunque se beneficiaran del célebre lema de "un afiliado, un cargo" que José María Rodríguez aplicaba a rajatabla. Dada la tacañería de sus huestes, a los populares no les quedaba más remedio que saquear unas arcas públicas que siempre consideraron propias. Esta voracidad lleva a la ahora contrastada convicción de que los no votantes de los populares, o incluso sus enemigos acérrimos, pagaban más a la formación de Matas que los supuestos adeptos de la causa. Conociendo a los políticos involucrados, saber que estaban subvencionados por los rojos debía inducirles un cosquilleo especial.

No tiene demasiado mérito que Matas recuperara el Consolat en 2003 con dinero ajeno. Cabe en cambio reconocerle la gloria de haber perdido las elecciones de 2007, cuando seguía succionando a los mallorquines para que sufragaran la campaña de su partido. El PP no ha de pedir perdón. Ha de preguntarse qué cambió para que de repente se le exijan responsabilidades penales por un comportamiento de sobras conocido, y encajado sin rechistar por la afición. La gente quiere ahora la verdad, aunque no sepa manejarla (que diría Jack Nicholson en Algunos hombres buenos).