"Tu padre era un abogado de los de antes y de la amistad hacía un honor". Así se expresaba Rafael Franch, abogado, cuando le entrevisté en el verano de 2014 para preparar el documental sobre mi padre. Durante más de una hora estuvo hablando con enorme afecto y sencillez del tiempo compartido con él ya que fue su pasante a principio de los años 60.

La semana pasada falleció Rafael Franch, un abogado de los de antes. Hace algún tiempo, quizá ya mucho tiempo, cuando se decía en Palma de alguien que era un abogado no era preciso añadir más. Se suponía que era un hombre de bien, una persona respetable. Franch tuvo siempre un enorme respeto y admiración por mi padre no solo por razones personales sino porque sabía que con ello se honraba sí mismo y a la profesión a la que dedicó toda una vida.

Ha pertenecido a una generación de profesionales de gran prestigio que contribuyeron de manera individual o colectiva a "hacer ciudad" a dar más empaque a una modesta capital de provincias como era Palma. Una generación que deberíamos rescatar del olvido y no permitir que el tiempo borrase sus nombres o sus desempeños. Abogados, médicos, jueces, fiscales, procuradores, arquitectos, ingenieros, empresarios, comerciantes, etc., que en los años de la posguerra y siguientes dedicaron su tiempo y su profesión al servicio de la sociedad.

Personas que, como Rafael Franch, no solo ejercieron brillantemente desde su despacho profesional sino que asumieron un compromiso mayor porque amaban profundamente esta tierra y querían un futuro mejor y de libertad para nuestro país. Prueba de este compromiso, según me relató él mismo, es que a principios de los sesenta repartía clandestinamente entre amigos y conocidos el manifiesto elaborado por Izquierda Democrática para una España en libertad y en democracia.

Al principio de nuestra transición política, Franch asumió un compromiso personal con UCD. No era ningún afán de protagonismo sino la coherencia moral de alguien que sentía la obligación de ayudar, de aportar lo mejor de sí mismo por el bien de Mallorca y de todo el país. Todo ello sin menosprecio del intachable y brillante ejercicio de la profesión de abogado.

Supo también entender y ejercer ese sentido de la amistad como algo muy importante. Sabía muy bien lo que era la lealtad y la fidelidad a un amigo. Yo mismo pude verlo reflejado en su hijo Joan, quien en medio del linchamiento mediático al que fui sometido en 2010, escribió un artículo valiente defendiendo la verdad, mi honor y mi fama. Sin duda, había aprendido en su casa, en su familia, a valorar la amistad y los principios como algo muy importante.

Rafael Franch nos ha dejado pero nos queda su legado, su voluntad de compromiso con la sociedad y su profundo sentido del deber y de la amistad. Mientras esto viva entre nosotros y sepamos transmitirlo, permanecerá su recuerdo y no caerá nunca en el olvido.