Los postulados más elementales de la educación inclusiva (presencia plena en el aula, participación y éxito de todos más allá de las diferencias, y una comunidad comprometida en la educación) están muy lejos de ser alcanzados en nuestros centros y aulas porque requieren primero que nada, de sinceridad. Sinceridad para reconocer carencias y destacar lo bueno entre lo mediocre. Sinceridad para dejar atrás el victimismo tan frecuente en el mundo educativo.

En la escuela no se buscan, ni se impulsa a los líderes naturales que por su talento pudieran en el futuro motorizar cambios; o al maestro capaz de desarrollar novedades pedagógicas u organizativas, novedades que a veces no lo son hace años, desde cuándo se escribe y se habla de inclusión... el concepto de trabajo de equipo se ha desvirtuado para convencernos de que el líder no es necesario, asociando maliciosamente liderazgo con autoritarismo. Este no querer ver, esta negación de posibles liderazgos que se reciben como amenaza, termina favoreciendo el que los puestos de influencia en centros, equipos directivos y entes rectores de la educación pública (porque lo privado es otro cantar, no siempre más afinado, pero si más trasparente en rendimiento y eficiencia) sean ocupados por individuos sin destrezas técnicas y liderazgo adecuado. Vivan las excepciones. Igual que el empollón es mal visto, no se pregunta al maestro exitoso cómo lo hace, no se visita su aula. Grupos que trabajan contracorriente con iniciativas educativas que han recibido reconocimiento externo y servido de base a publicaciones, se encuentran más de una vez con un trato displicente en sus propios centros. Porque este es el estilo y esta es la forma de moverse que el mismo sistema favorece; entre la apatía y la pereza ante el compromiso sin horario que tienen las verdaderas vocaciones, y la educación tiene que serlo.

Si no buscamos a los mejores, si ser maestro o director de un centro no se muestra como un orgullo y un reto para implementar proyectos de vanguardia, para cambiar el mundo desde el aula; la educación y la gestión educativa seguirá siendo la opción del último de la lista, del que no tiene la plaza, del que tiene ansias de algo de poder o hace el favor al claustro, del que sueña con el nirvana del funcionariado.

*Profesora en el Centre d´Educació Superior Alberta Giménez