Manuel Azaña protagonizó el frustrado primer intento claramente modernizador de la sociedad española. Fue en los años de la Segunda República, los inmediatamente anteriores al desastre de 1936. La Guerra Civil desatada por el golpe de Estado militar cercenó de cuajo el proyecto azañista. El triunfo de los sublevados en 1939 dio cerrojazo por cuatro décadas a cualquier atisbo de modernidad. España devino en un cuartel trufado de nacional catolicismo. Un desastre del que todavía hoy se abonan algunas facturas. Azaña propugnaba una suerte de revolución radical-democrática. Tenía un proyecto que no era para nada el de la izquierda marxista sino el de una burguesía ilustrada, laica y abierta. Por ello contó con la furibunda oposición de la Iglesia católica, atemorizada ante la perspectiva de quedarse sin la inacabable cartera de prebendas disfrutadas secularmente. Con la dictadura del general Franco las recuperó corregidas y aumentadas. El segundo proyecto modernizador puede atribuírsele a Felipe González. Lo ha sido a medias: mete a España en Europa, pero no hace las reformas que pudo haber llevado a cabo. González, disponiendo a partir de diciembre de 1982 de una colosal mayoría absoluta de 202 diputados, no tocó lo que era esencial tocar: la Administración, la estructura jurídico-administrativa del Estado. Sí embridó para siempre el durante dos siglos denominado "problema militar". No es poco. Sumado al ingreso en Europa el saldo sale positivo. Se pudo haber hecho mucho más y abstenerse de colonizar la Administración. El bipartidismo ha sido en este asunto tremendamente corrosivo.

Ahora un nuevo dirigente político proclama que está dispuesto a encabezar la tercera y definitiva modernización de España. Es Pablo Iglesias. Podemos no es un partido comunista, como se quiere hacer creer por parte de quienes se sienten aterrados ante su rápida irrupción. No es un partido de izquierdas clásico, ni socialdemócrata ni marxista al estilo de los comunistas camuflados en Izquierda Unida. Podemos, si se le ausculta con detenimiento, despojándolo de los ribetes populistas con los que trata de ensanchar su futura base electoral, es lo más parecido que ha surgido en España a Izquierda Republicana (por favor, no confundir con ERC de Junqueras), el partido fundado por Manuel Azaña. Podemos es esencialmente un proyecto que enlaza con los postulados que defendió el presidente de la Segunda República: los de la modernización de España. Lo que insistentemente expone Podemos no es muy distinto a lo que quería Manuel Azaña. Si el intelectual que fue el presidente de la República hubiera contando con una colaboración más decidida por parte del partido socialista, mediatizado por la calamidad histórica que fue Largo Caballero, tal vez podría haber avanzado en su proyecto. Podemos quiere intentar "romper el candado" de la Constitución de 1978. Cuenta con alguien con tanta fuerza discursiva como la que tuvo Azaña. Pablo Iglesias es "un formidable líder político". La afirmación corresponde al Financial Times, el diario de las élites económicas anglosajonas. La definición de formidable tiene para éstas una contundencia muchísimo mayor de la que se le otorga en castellano. La pregunta no es otra que la de si es Pablo Iglesias el modernizador que España requiere. A Manuel Azaña lo barrió la Guerra Civil. No contó con un escenario internacional favorable: Europa vivía la emergencia de los dos grandes totalitarismos del siglo XX: comunismo y nazi-fascismo. Era muy difícil que un proyecto modernizador emanado de la reducida burguesía ilustrada española pudiera imponerse. Azaña, al iniciarse la Guerra Civil, quedó aislado porque no contó con el imprescindible apoyo de Gran Bretaña y Francia. Ahora en Europa no hay comunistas ni nazi-fascistas poderosos. Cobran fuerza los populismos de derecha e izquierda. Es el peligro que invoca el bipartidismo para descalificar a Podemos. Los de Iglesias son para ellos un producto surgido de la "revolución bolivariana" de Hugo Chávez, el caudillo que ha precipitado a Venezuela en el descomunal desastre en el que hoy se debate. Nunca se dice que Venezuela abrió las puertas a Chávez por el no menos descomunal convoluto corrupto protagonizado por el bipartidismo hasta entonces imperante: el de los socialdemócratas de la Acción Democrática de Carlos Andrés Pérez y los democristianos del COPEI que tuvo como máximo exponente a Rafael Caldera.

Podemos no quiere ni puede trasladar a España el modelo venezolano. Europa va a tener la oportunidad de contemplar muy pronto qué es lo que pretende Podemos. En Grecia, las elecciones están al caer y Sirytza, el partido radical de Sypras, se apresta a ganarlas porque el descrédito de la derechista Nueva Democracia, a la que escoltan los restos del PASOK, el que fuera poderoso partido socialdemócrata, es enorme. Veremos qué es lo que hace Sirytza, si es verdad que se niega a pagar la deuda externa o la renegocia ordenadamente; si sume a Grecia en una nueva hecatombe económica (es difícil empeorar lo que hay) o alivia un poco la lamentable situación en la que vive la mayor parte de la ciudadanía griega.

Sypras ha estado en el acto de proclamación de Iglesias en el teatro Apolo de Madrid. Ambos son el exponente de la nueva clase de políticos que pugnan por darle un vuelco a las relaciones que los países del sur de Europa mantienen con la dirigencia de la Unión Europea. No pretenden ni abandonar el euro ni romper la Unión. Quieren una profunda reforma, lo que les enfrenta a la Alemania de Merkel, que no siente ningún temor ni a Matteo Renzi, el empantanado presidente del Gobierno de Italia, ni a que en España la clásica alternancia entre PP y PSOE le dé una improbable oportunidad a Pedro Sánchez. Ni uno ni otro ponen nada en peligro. Son un poco más de lo mismo, exactamente lo que los ciudadanos del sur están hartos de soportar.

Pablo Iglesias es otra cosa. Un "formidable" dirigente político. Y un detalle que conviene no perder de vista: en el Vaticano está Francisco y no Juan Pablo II o Ratzinger; el arzobispo de Madrid ya no es Rouco Varela sino Carlos Osoro, el hombre del Papa. No parece que la Iglesia católica tenga pensado hacer con Iglesias lo que noventa años atrás llevó a cabo con Manuel Azaña. Tampoco podría.