La llegada del otoño trae setas a los campos del Señor, unos campos que deberían ser de concordia, esperanza y armonía. Pero los hongos comestibles no tienen buena prensa en nuestro país. Es lástima. Porque aprovechando la jornada histórica del 9-N me soplé un "fricandó" de ternera, que es guiso catalán a base de carne con salsa y un buen surtido de "bolets". Aparte de chuparme los dedos, ¿qué puedo decir? Muy simple, que debemos considerar globalmente el mapa gastronómico de la península. Hay un gran culto a la seta en el País Vasco, por ejemplo, donde interviene como ingrediente estelar de algunos insuperables "revueltos". También algo en Navarra, zonas de Aragón, un poco en Castilla y Extremadura.

Pero menos. En general el español es muy reticente al tema de las setas. Abrumado por una leyenda negra de siglos, cree que todas las setas son venenosas. En su imaginario la seta más inocente desprende un veneno mortal capaz de acabar con tres legiones romanas. Y por supuesto con la unidad gloriosa del Imperio.

Cuando quiero poner a prueba a alguien le preparo un buen "fricandó" de "bolets". Nunca falla. Hay quien ni se acerca al plato, o bien lo hace con curiosidad o por compromiso. Otros se anudan la servilleta y se preparan para hincar el diente, aunque luego sólo se zampan la carne. Teóricamente no son enemigos acérrimos de las setas, pero no quieren engaños ni errores, y tras el primer rapto de entusiasmo se van enfriando. Aunque valoran el guiso, aquel cóctel de setas no identificado, donde no brilla ningún "esclatasang", les deja sumidos en el desconcierto. El plato les resulta familiar y a la vez extraño. En suma, valoran la carne y la salsa catalana, pero recelan de aquel carnaval de hongos que no forma parte de su cultura ni de la memoria de su paladar. A lo mejor el concepto gastronómico es el mismo: una lengua propia, unas tradiciones, un país. Qué más da, por tanto, un estofado de toro que un fricandó. Pero resulta que cada pueblo tiene eso, una memoria del paladar, y suele preferir su memoria a la del otro. Y así nos va.

Desde la jornada de reivindicación independentista, la prensa nacional se ha esmerado en buscar un calificativo para condenarla. La última de ellas la leí ayer mismo en un periódico: "el quilombo catalán". Pues bien, dado que cada uno dice la suya yo tengo todo el derecho a proclamarla "El día del fricandó". Y añadiré algo más. Ignoro qué importancia debemos dar a esa jornada donde más de dos millones de catalanes salieron civilizadamente a la calle para proclamar su opinión sobre las setas. Pero dado que una apabullante mayoría lo hizo a favor, quizá no sea muy sensato perpetuar la leyenda negra de que todas las setas son venenosas, y menos aún emprender una cruzada jurídica desde la tierra del puchero para erradicar un ingrediente que ya no va a faltar en el recetario catalán. O eso parece.