Quién lo iba a decir: son los jueces quienes están volteando el sistema con sus múltiples indagaciones sobre los casos de corrupción que tienen en un sin vivir a PP y PSOE cuando nos encaminamos raudos hacia las elecciones municipales, autonómicas y generales. Los jueces. Un estamento estructuralmente conservador. Muy poco dado a plantear desafíos al poder establecido. En España la judicatura nunca ha sido un elemento que haya promovido la distorsión del sistema; más bien lo contrario: ha procurado, en nuestra reciente historia, acomodarse al poder establecido sin entrar en excesivas consideraciones. Así ha sido hasta ayer mismo. Ha habido excepciones y lo han pagado caro: Marino Barbero, el juez instructor de Filesa, acabó consumido por la enorme presión destructiva a la que se le sometió. Baltasar Garzón está en la calle. Elpidio Silva también. Uno y otro seguramente han sido unos insensatos y el primero un cínico, además de un redomado oportunista. Desafiaron al poder. Están fuera.

¿Por qué ahora cada vez más jueces se atreven a abrir frentes que cuestionan lo que jamás se había puesto en entredicho? Se alegará que se limitan a cumplir con la obligación que contraen al acceder a sus cargos. Tal vez así sea. Hay otra explicación, no constatable aunque no por ello menos verosímil: se atisba lo que está llegando; el gran cambio que se vislumbra les hace actuar como a lo mejor no harían en otras circunstancias: el juez acomodaticio, con aversión patológica a crearse más problemas de los estrictamente necesarios, está dejando el paso franco paso al juez que por encima de todo decide llegar hasta el final, sin importarle las repercusiones. Es lo que ejemplifica José Castro, avalado sustancialmente, lo que es no menos significativo, por los tres magistrados de la Audiencia de Palma.

Tampoco hay que olvidar las pesquisas que, actuando como policía judicial o por iniciativa propia, protagonizan Guardia Civil y Policía Nacional. Ni tan siquiera la dependencia jerárquica del ministerio del Interior es suficiente para que modulen o atemperen su celo investigador. Van a por todas. Los ejemplos de la Gürtel, Bárcenas y otros casos, como los ERE, lo certifican. Jueces y policías trabajan a destajo. Hay que convenir que el rendimiento que vienen acreditando es notable y los resultados más que apreciables ¿Qué esta pasando? Insistamos: se vislumbra el cambio de época, se palpa que los tiempos muy pronto van a ser otros en los que no valdrán las posiciones acomodaticias.

Nuestra historia del pasado siglo nos aporta algunos ejemplos: en el inicio de la década de los treinta, cuando se daba por finiquitado el régimen monárquico y el republicano estaba a punto de eclosionar, un tribunal militar, presidido por el general Burguete, se vio en la tesitura de juzgar por sedición a quienes meses después formarían el Gobierno provisional de la Segunda República. En una situación en la que la monarquía de Alfonso XIII no estuviera cuarteada hasta hacerla inviable los sediciosos se las habrían tenido que ver con un tribunal implacable, dispuesto a impartir la severísima justicia militar. Nada de eso sucedió. El general Burguete conocía perfectamente lo que asomaba por el horizonte, así que actuó en consecuencia: las penas dictadas fueron tan leves que los sediciosos de inmediato recobraron la libertad. La prensa más obcecadamente monárquica puso el grito en el cielo. Meses después llegaba el 14 de abril de 1931. En España se proclamaba la Segunda República.

Casi noventa años atrás la actuación de un tribunal militar presagiaba el cambio. Entonces el elemento fundamental fue que se descartara la severidad en la condena. No hubo ni poca ni mucha. Hoy sucede exactamente lo contrario: el rigor alcanza incluso a una infanta de España. Pero el eje conductor es el mismo: los jueces, con sus rigurosas instrucciones y las sentencias que están emitiendo, constatan que han entendido sobradamente que los signos que anuncian los cambios se prodigan en abundancia. Insistamos: en una época en la que no se pusieran en cuestión los fundamentos del sistema su determinación no sería la misma. Es muy humano que así acontezca. Los jueces no están al margen de los acontecimientos sociales y políticos. Aunque lo deseen carecen de la capacidad de aislarse de ellos.

Y qué decir de policías y guardias civiles. El desparpajo que exhiben, las puertas que abren y las evidencias que ponen sobre la mesa no sé si se las puede catalogar de inéditas pero sí de novedosas, porque confirman que actúan sin las demasiadas veces vistas cortapisas políticas que acotan sus indagaciones hasta neutralizarlas. No en la actualidad. Parece que el poder establecido carece de la fuerza necesaria no ya para detener las investigaciones sino ni tan siquiera para procurar que discurran benevolentemente. Se saca la impresión de que teme que cualquier insinuación o presión por su parte desencadene una sucesión de denuncias que lo ponga todavía en posición más precaria, que lo deje irremisiblemente a los pies de los caballos.

Ese es el nuevo tiempo que se ha abierto en España. Desconocido. Un tiempo en el que los espacios de impunidad construidos pacientemente se han resquebrajado. Veremos si, como no pocos aseguran, es la antesala del gran cambio que se pregona. Lo cierto es que ya no es posible actuar como hasta ahora se ha venido haciendo. Los resultados son lo suficientemente disuasorios como para no tenerlos en consideración. En el año que nos queda por transitar hasta llegar a las elecciones generales habrá que estar muy atentos a lo que vaya ocurriendo. Decía un conocido analista político madrileño que muchos tienen el corazón en un puño, viven en un puro sobresalto, porque desconocen qué es lo que puede aparecer apenas encajado el último golpe. Es la realidad española, la que ha generado las enormes expectativas, las de que nos aproximamos al rotundo cambio que con insistencia se anuncia.