Mientras nosotros nos enquistamos en los debates de siempre, el mundo avanza a velocidad de vértigo.

Washington mira ya con cierto desdén a la Europa esclerótica y aletargada del euro. No capitalizamos la I+D más avanzada ni su traspaso a la nueva industria. La burocracia sigue frenando el desarrollo de la innovación o su afianzamiento. Con notables excepciones (Suecia, Alemania, Dinamarca), el debate sobre las políticas públicas no existe más allá del pensamiento prefabricado por los grupos de presión. ¿Cuál es el punto justo de colaboración entre lo público y lo privado? ¿En qué sentido debemos corregir las prácticas de la Administración, así como la selección de su personal? ¿De qué modo dar el salto a una economía „y a una sociedad„ del conocimiento? Preguntas recurrentes sin una respuesta clara. El resurgir de los populismos tiene mucho que ver con la indignación ciudadana ante la pésima calidad de los gobiernos, tanto en tiempos de bonanza como de tormenta. Ya se sabe que reformar en épocas de crisis resulta mucho más doloroso que hacerlo con el viento de la prosperidad a favor. Sin embargo, cuando la parálisis se asienta en una democracia, son sus frutos lo que se pone en peligro. España, Grecia, Portugal, Italia o Francia constituyen ejemplos de este desajuste. No los únicos, ni mucho menos.

La Europa que retrocede es también la España fragmentada de nuestros días. Fragmentada a muchos niveles, quiero decir; por el paro estructural, que nos ha confinado durante décadas al mapa del desequilibrio social, como también la creciente pobreza infantil; por el descrédito de la clase política, que conduce al debilitamiento de la necesaria auctoritas; por la crisis del modelo de Estado, que ahora se percibe como débil e ineficaz para resolver cuestiones fundamentales; sin olvidar, de fondo, la revolución económica y tecnológica que ha traído consigo la globalización y cuyos efectos alteran los equilibrios tradicionales del Estado del bienestar. Las comparaciones asustan. En la cumbre del Pacífico, los EE UU y China avanzan hacia un acuerdo de libre comercio que afectaría a la mitad del PIB mundial. La robótica, la tecnología y los big data crean nuevas oportunidades al mismo tiempo que destruyen vetas tradicionales de empleo: de la medicina al ensamblaje industrial, de la educación universitaria al transporte de mercancías. El fracking es una apuesta estratégica de suficiencia energética sobre la que apenas se ha abierto el debate en España, mientras todavía pagamos los errores de Zapatero con una de las facturas eléctricas más elevadas de la Unión. Faltos de vías fluviales que abaraten la distribución „al revés de Alemania„, la absurda apuesta por el AVE, además de costosa, ha impedido instaurar una red ferrovial de transporte de mercancías. La ausencia de debate sobre asuntos fundamentales prueba que los intereses que priman son otros. Ya lo estamos pagando. Y seguramente lo seguiremos haciendo durante décadas.

A un año vista de las generales, ya se ha cerrado la ventana reformista del gobierno popular. Con algunos éxitos y algunos fracasos; si bien, en todo caso, insuficiente. Ahora vivimos en los minutos muertos de la prórroga, a pesar del sentimentalismo cruzado del 9N. Que pase pronto este año y llegue la próxima legislatura: el vuelco autonómico, un parlamento dividido y, seguramente, la reforma constitucional. Política en tiempos de inestabilidad. Pero, no se engañen, dentro de diez años el resto del mundo desarrollado nos llevará una ventaja de dos décadas. Aquí nadie se entretiene con los países „España, aunque no sólo España„ que eligen un camino equivocado.