"Antes de que se rompa España, se romperá Cataluña". "El que le echa un pulso al Estado, lo pierde". José María Aznar y Alfredo Pérez Rubalcaba, dos connotados representantes del poder político español, advirtieron, con las transcritas afirmaciones, lo que podía suceder si el presidente de la Generalitat no cejaba en su empeño de avanzar hacia la secesión, que es lo que entienden que está en juego. Hoy sabemos el real alcance de la advertencia o amenaza formulada por ambos políticos, formalmente retirados: el destrozo que el caso Pujol está provocando es espectacular. Cobra sentido la afirmación de Aznar, la de que primero se romperá Cataluña. Así ha sido: el mapa político del Principado ha saltado por los aires. Convergència i Unió está siendo carbonizada. El pulso, como anunció Rubalcaba, lo ha perdido Artur Mas. Lo que hay que preguntarse es si, además, España no está a un tris de quedar maltrecha, con sus instituciones en riesgo de estrepitoso derrumbe. Puede que quien le echa un pulso al Estado lo pierde, pero, en el forcejeo, el ganador también padece lo suyo. Estamos en ese trance. Lo comprobamos ayer, constatando el desbordante éxito de la Diada. ¿Alguien todavía duda de que la riada lo anegará todo en cualquier momento?

Cientos y cientos de miles de personas en las calles de Barcelona reclamando la independencia. En Madrid seguirán ignorando lo que acontece, pero lo mejor es que atiendan las señales que llegan desde el Principado. Descubrir que Pujol y su familia son unos redomados sinvergüenzas, que se han aprovechado de los más de veinte años en los que el patriarca ha ocupado la presidencia de la Generalitat para forrarse ilegalmente o que su invento, Convergència, está en similar tesitura no invalida el independentismo, más bien lo radicaliza. Además, lo sucedido con los Pujol no es tan diferente de lo ocurrido con el PSOE a cuenta de los ERE andaluces o la Gürtel y Bárcenas del PP. Todo suma para incrementar el inmenso descrédito acumulado entre la ciudadanía. Todo suma y nada resta, puesto que no se ve por ninguna parte el pretendido afán regenerador del que por doquier se alardea.

Lo sucedido ayer en Barcelona, de existir tanto allí como en Madrid unos políticos con la capacidad suficiente para darse cuenta de que irremediablemente hemos entrado en el período final, de que es la hora de los estadistas, debería servir para evitar que el deslizamiento hacia una ruptura de la que nadie dejará de salir malparado se haga inevitable. Si en Cataluña hay elecciones anticipadas será ERC la que se hará con el santo y seña: Oriol Junqueras ocupará la presidencia de la Generalitat. No parece que los republicanos vayan a limitarse a gestionar. Harán un solemne, enfático y retórico llamamiento al mundo, al tiempo que proclaman la independencia. La reacción del Gobierno, procediendo a suspender la autonomía de Cataluña, despojando de poder institucional al presidente Junqueras, es exactamente lo que éste secretamente aguarda. Un nuevo "presidente mártir", al igual que Lluis Companys, por supuesto sin fusilamiento de por medio, porque los tiempos son otros y a nadie con un átomo de cordura se le pasa por la cabeza decretar el estado de guerra e iniciar los procedimientos sumarísimos del que se sirvió el general Franco para asesinar a Companys.

Entonces sí que podrá decirse que la advertencia de Aznar se ha cumplido plenamente: se habrá roto Cataluña antes de que se rompa España, solo que España también estará irremediablemente quebrada. ¿Será posible que tal desenlace no esté previsto por quienes en el Gobierno y en el PSOE analizan las alternativas existentes? La Diada ha de ser suficiente para que se enteren de los enormes riesgos que se corren. Artur Mas, llegado hasta donde lo ha hecho, si de grado o forzado no es relevante, no va de farol. Sabe que está políticamente liquidado, que se ha incinerado, junto a su partido, pero tiene imposible dar marcha atrás, aunque el PSC le ofrezca un pacto si rompe el compromiso de celebrar la consulta. También hay que preguntarse quién le ha recomendado al primer secretario de los socialistas catalanes, Miquel Iceta, el suicidio que supondrá para su partido un pacto con el Gobierno de Mas que le posibilite concluir la legislatura. El PSC sabe que en unas elecciones anticipadas lo pasará francamente mal. Si cierra un acuerdo con Mas, cuando se vote le irá mucho peor.

Visto lo sucedido en la Diada, las reacciones suscitadas, hay que seguir aguardando a que se consumen los plazos que faltan hasta el nueve de noviembre. Nadie ha modificado sus posiciones. Se aprobará la Ley de Consultas en la Cámara legislativa catalana. Mas la convocará. El Gobierno la impugnará en el Tribunal Cosntitucional. Al aceptarse a trámite el recurso, quedará automáticamente suspendida. Será el momento decisivo para Artur Mas. Tendrá que hacer lo que ayer volvió a prometer a los catalanes: asumir el compromiso de celebrar la consulta legalmente, de acuerdo con la legalidad emanada del Parlamento de Cataluña. Para Mas y los independentistas la que tiene plena validez. Si no se sacan las urnas a la calle, como demanda ERC y la Asamblea Nacional Catalana, como quiere una amplia mayoría de los ciudadanos catalanes, se irá a las elecciones anticipadas, que serán las que consagrarán el inapelable triunfo del dirigente de ERC, Oriol Junqueras. Este no se arrugará cuando toque proclamar la independencia. No le asusta, sino que busca, reiterémoslo, la suspensión o la intervención de las instituciones del Principado.

Qué espectáculo se ofrecerá a Europa y al mundo. A lo mejor es el momento en el que por fin caen en la cuenta de que haber aceptado algunos de las indigestas demandas de Mas no era la peor de las alternativas. Llegados hasta aquí, el roto no tendrá remedio. Restará apuntalar, si ello es posible, el ruinoso edificio.