El PSOE comenzó su declive en los años de Rodríguez Zapatero. El político leonés llegó al poder en circunstancias difíciles con las promesas de modernidad, consenso y transparencia. Anunciaba un modo nuevo de gobernar, alejado del sesgo conservador de José María Aznar. Fue el primero que nombró un gobierno paritario, el primero que prohibió el consumo de tabaco en los lugares públicos, el primero que empezó a hablar de una segunda transición para ajustar las competencias territoriales a las demandas autonómicas. Sustituyó a Bush por Erdogan, a Blair por Chirac. Hablaba de liberalismo económico y de justicia social, de una tarifa plana en el IRPF y del cheque-bebé. Argumentaba que el futuro de España era la innovación, la tecnología y el medio ambiente. Facilitó el divorcio exprés, una ley del aborto ampliada y el matrimonio homosexual. Para algunos pasaba por ser el dirigente más avanzado de Europa. Para otros rompía con consensos ampliamente asumidos. Durante su primera legislatura, España superó en renta per cápita a Italia y el presidente se pavoneaba de que pronto se alcanzaría a Francia. La recuperación de la llamada "memoria histórica" se convirtió en la gran obsesión del partido socialista. La "zeja" „como cultura„ representaba algo más que un deseo de modernidad. También pretendía ser el inicio de algo nuevo. Frente a él, se situaba una oposición popular „Zaplana y Acebes„ tosca y agresiva.

El juicio sobre Rodríguez Zapatero no puede ser unánime, puesto durante su mandato se introdujeron variantes comprometedoras para la socialdemocracia española. Fue innovador en el campo de la moral, dejando la economía al albur de la construcción y la demanda de dinero barato, sin alterar ninguno de los privilegios tradicionales del clientelismo. La principal transformación tuvo lugar en el discurso político, que adquirió un tono marcadamente emocional. Al legitimar los sentimientos como fuente de derecho, el rango de la inteligencia perdió capacidad de actuación. Diríamos que el debate se infantilizó a medida que la fiesta del euro continuaba, las autonomías entraban en pugna por las nuevas competencias y el PP se enquistaba en sus fantasmagóricas acusaciones. Se desperdiciaron dos legislaturas clave „la última de Aznar, la primera de Rodríguez Zapatero„, que resultaron completamente fallidas en muchos aspectos. Lo peor fue acostumbrarnos a esa especie de sopa boba, que nos hizo creer que todo era posible al instante: codearnos con los EE UU, superar a Francia, confundir la I+D con las subvenciones y vivir sin ahorros. La ambición debe ser realista si uno no quiere ver quebrar sus esperanzas. Cuando llegó mayo de 2010 y Zapatero se vio obligado a adoptar medidas de ajuste brutales, el pacto de confianza con el PSOE se rompió para muchos de sus votantes. Fue una sobredosis de realidad. Un shock terrible cuyos efectos todavía perduran.

En última instancia, la razón de la política consiste en gestionar la realidad. El gran error de Aznar fue ceder a la frivolidad del dogmatismo. El de Zapatero fue vender la frivolidad de un optimismo irracional y miope. Ambos presidentes se apoyaron en un crecimiento artificial, que soslayaba los ajustes necesarios para favorecer los intereses de los grupos de presión, grandes o pequeños. El desprestigio del bipartidismo tiene que ver con este doble fracaso. Tras las europeas, un PSOE descabezado se enfrenta ya a sus demonios internos. ¿Escorar el partido a la izquierda o reivindicarse como partido de la centralidad progresista? Y en este caso, ¿cómo recuperar el pulso de la calle, sin dejarse llevar por la espuma de la indignación? La andaluza Susana Díaz se retira de la carrera y surge como favorito Eduardo Madina, el hombre, dicen, de Zapatero. En el proceso se juega el futuro del socialismo nacional. Más adelante, cuando pierda el poder, será el Partido Popular el que tenga que decidir cómo se adapta a los nuevos tiempos. Sí, a la realidad que cambia y que nos cambia.