Si establecer la paz social en el sustancial mundo del turismo de este archipiélago ­„100.ooo trabajadores, con lo que ello comporta„ era cuestión de dos reuniones, la pregunta es porqué ha habido el innecesario embalaje previo de tanta parafernalia y tanto despropósito paseado incluso por la capital del reino. Del desánimo y la amenaza de inestabilidad en forma de huelga, se ha pasado, en cuestión de horas, a la euforia pregonada a la par por sindicatos y grandes sectores empresariales. Ante tal tránsito a velocidad desaconsejada, no hace falta que nos interroguemos más sobre los obstáculos que impiden la programación, la previsión y al acoso efectivo a la estacionalidad en el sector turístico. Quien improvisa el sueldo no dispone de agenda de actuaciones.

En los hoteles mallorquines se ha instalado el ambiente de fiesta porque se alcanza a suscribir un convenio, por espacio de cuatro años, en el que se compromete un incremento salarial del 1,125% y se limita la externalización de plantillas a casos puntuales y siempre sujeta a la salarios del convenio del sector.

Pero la alegría nunca es total. En esta ocasión viene limitada por el enorme enfado de las patronales de salas de fiesta y restauración que, al menos de momento, no firman el convenio porque, no sólo se sienten marginados de la negociación, sino que consideran inasumible para sus respectivas áreas el incremento de sueldo acordado. Desde hace meses, hoteleros, salas de fiestas y restauración únicamente logran afianzar su mala relación en el seno de la federación que integran. El desajuste de fuerzas, cómo resulta evidente, tiende a acentuarse.

Pero ahora, en general, se valora la estabilidad y la paz social alcanzada. Dicen que resulta clave para ámbitos tan sensibles como los vinculados al turismo mallorquín porque, con convenio estable, lo primero que se puede y debe hacer es transmitir un mensaje de normalidad a los mercados emisores, esos que, pese a las apariencias en sentido contrario, continúan recibiendo cantos de sirena de la competencia.

Bien administrados, cuatro años de estabilidad en hostelería, transporte discrecional y lo que se logre en restauración y salas de fiestas „no conviene que queden a la intemperie„ pueden y deben dar para mucho. En principio, para trabajar más allá del día a día y no ampararse sólo en la comodidad inmediata del aluvión de reservas.

Si el éxito ha llegado de forma abrupta convendrá, ante todo, saber administrarlo con solvencia y no utilizarlo sólo para imponer los criterios hoteleros y anular el mal sabor de boca de las jornadas precedentes. Ahora de lo que se trata es de sostener primero la recuperación económica y después hacerla avanzar. Esta debe ser la gran contribución del convenio de hostelería a punto de estrenar, teniendo en cuenta siempre que nos hallamos ante el eje exclusivo de la actividad industrial y por tanto económica, de este archipiélago. Es lo que los afectados etiquetan ya como paz social que, bajo ningún supuesto, puede confundirse con inmovilidad a la espera de lo que se tercie dentro de otros cuatro años.