A principios de esta semana, la Comisión Europea ha publicado sus previsiones sobre España, la víspera de que se conocieran los buenos datos de empleo de abril, y la inminencia de la campaña electoral, que comienza mañana, ha modulado extraordinariamente los análisis, como cualquier observador medianamente avezado ha podido ver.

El Gobierno ha subrayado que Europa da por cierta e ineluctable la recuperación española, que el próximo año se materializará en forma de un crecimiento superior incluso a la media europea. Rajoy se ha mostrado "animado y esperanzado" tras "romperse la tendencia de destrucción de empleo". El ministro De Guindos ha asegurado que se ha cortado la "hemorragia" en el mercado laboral español y que prevé que la caída del paro se consolide y que haya una "creación intensa de empleo" en los próximos meses. El candidato popular Arias Cañete ha manifestado que el Partido Popular se merece un buen resultado en las próximas elecciones por todas las medidas que ha tomado en el Gobierno de España que están sacando al país de la crisis económica.

Enfrente, el Partido Socialista e Izquierda Unida analizan los datos con gran escepticismo, ponen en duda la consistencia y solidez de la recuperación y sobre todo recriminan al gobierno que a este ritmo, y después de los grandes sacrificios impuestos a la ciudadanía, tardaremos más tiempo del soportable en mitigar el sufrimiento de la población.

Los profesionales de la política tienen dificultades para abstraerse de la coyuntura en sus mensajes, pero la realidad no es difícil de ver ni de expresar. Lo cierto es que hemos salido de la recesión „toda Europa ha salido de la recesión„ y nos hemos adentrado en un período de crecimiento suave, con algunas inquietantes dudas todavía. En efecto, la crisis de Ucrania podría tener consecuencias serias sobre la Unión, y la solidez de la economía mundial es cuando menos incierta si hay que juzgar por el parón de la economía americana, que creció el primer trimestre un escuálido 0,1% cuando se esperaba un 1,1%. Además, las políticas de austeridad y riguroso equilibrio están teniendo un claro efecto contractivo que podría abocarnos a la deflación (de hecho, algunos países periféricos ya están en ella) y que en todo caso lastran nuestro crecimiento.

Así las cosas, mientras las cifras macroeconómicas mejoran, la situación real de la sociedad no termina de repuntar. El elevadísimo desempleo seguirá siendo insoportable durante años, con la particularidad de que cada vez hay más parados de larga duración y más familias con todos sus miembros en paro (ya hay dos millones). La dualización de la sociedad es, pues, un hecho, que requiere decisiones positivas de calado: más crecimiento, una tarea ingente de formación, mejores servicios de empleo y más políticas activas, más atenciones sociales a los que las requieran, etc.

En el plano subjetivo, debemos pues alegrarnos de que hayamos salido del pozo de la recesión para llegar a parajes mucho más estables que los anteriores, en que padecimos los efectos catastróficos del estallido de la burbuja inmobiliaria, pero sería un afrenta a los parados, a los subempleados y a los emigrados a la fuerza que cayéramos en el pecado de la euforia. Por simple decencia, lo deseable sería que las fuerzas políticas y las instituciones arroparan y mimaran esta fase de salida del túnel, con la mala conciencia que deberían dar, a unos y a otros, los errores cometidos.