El marianismo está liquidando al aznarismo sin una sola descalificación formal. Paciente y silente, el PP de Rajoy se quita de encima lo que algunos llaman "legado" de su antecesor y que, tomado en serio, sería una fiesta de cadenas y grilletes contra la renovación. La España de hoy poco tiene que ver con la que gobernó Aznar. Los factores diferenciales son decisivos en el panel de los cambios del mundo y de Europa. Por poner un ejemplo, es delirante imaginar a Rajoy entrando como un monaguillo en la guerra de Irak, o lanzando a sus cruzados a liberar Crimea del yugo ruso. Son muchos los errores y deficiencias de la política conservadora de ahora mismo, pero serían mucho más graves en manos del expresidente, algunos de cuyos corifeos, hábilmente instalados en el statu quo actual, intentaron hacerme tragar el sapo de que Aznar ha sido el mejor presidente de España en toda su historia. Esa era la doctrina que cocinaron en la oposición. Para nada.

Con circunstancias internas y exteriores infinitamente más complicadas que las del "España va bien", Rajoy hace lo que puede, y bien poco es; pero escalofría una proyección al presente de las ideas imperantes en el período 1996-2004. Tal vez esté Aznar muy arrepentido de su renuncia a una tercera elección y de haber puesto su "legado" en manos tan irreverentes. Extramuros de la política, su error fue providencial. Aún no ha muerto por completo la esperanza de que el complejo de Génova deje de justificarse en la herencia recibida (del PSOE) y asuma con humildad el que su razón de ser consiste en gobernar para hoy y mañana, no ampararse en un ayer que, bueno o malo, ya no tiene remedio. Es agua pasada y nadie está dispuesto a perdonar que su confianza se malbarate en quejas retroactivas. La mayoría absoluta fue un pasaporte hacia algo más que condenar un pasado "insuperable".

También es agua pasada la "España va bien" de Aznar. España va muy mal y no levanta cabeza en su conflicto esencial, como acaba de ilustrar la EPA del primer trimestre de 2014, leída en positivo condicional por los señores y señoras del gobierno, frente a la inequívoca lectura negativa de todos los demás. Lo mejor de lo malo es justamente la neutralización del triunfalismo peligrosamente derechoide de la anterior etapa de gobierno conservador, una rémora defendida por sus causantes, cada vez menos visibles y destinados a la nada por su contumacia. Es muy expresivo que todas las cabezas socialistas vayan como una piña a las próximas elecciones, mientras que el caput primus antecesor se echa afuera a resultas de que otros olvidaron requerir sus servicios. Menos mal que las Sorayas se han propuesto divertirnos para aliviar el marasmo.