Una broma circula en medios científicos por la que un ruso habría contribuido a la decadencia cultural de Occidente al inventar la televisión. Evidentemente, ésa no era la pretensión de Vladimir Zworykin, el ruso nacionalizado americano que perfeccionó el método electrónico para la retransmisión de imágenes, pero hay que admitir que el invento se ha revelado letal en muchos aspectos por su capacidad para fulminar conciencias, despertar apetitos insanos y neutralizar la inteligencia. Su eficacia está probada y no ha dejado de evidenciarse desde la Guerra Fría. No hace falta que les aburra con ejemplos ni cifras sobre la telecolonización mental.

Han sido unos cuantos en esta vida los que habrían respaldado la anécdota científica tomándose en serio la broma de la televisión como arma aniquiladora imparable. Para comprobarlo sólo hace falta acudir al armario de las citas. Selecciono algunas. El filósofo católico alemán Robert Spaeman dijo: "La dependencia de las personas de la televisión es el hecho más destructivo de la civilización actual". Federico Fellini recalcó: "La televisión es el espejo en donde se refleja la derrota de todo nuestro sistema cultural". Pero antes, Chesterton ya había dado con una de las reflexiones más agudas sobre el asunto: "La televisión nos proporciona temas en los que pensar, pero no nos deja tiempo para hacerlo". Jean-François Revel escribió que la caja tonta representa "una violación de las multitudes". Y Groucho Marx dejó entre sus famosas salidas una especialmente transitada: "Encuentro la televisión muy educativa. Cada vez que alguien la enciende, me retiro a otra habitación y leo un libro". Y eso que ninguno de ellos, con la excepción de Spaeman, ha tenido la ocasión de asistir en la actualidad a la gigantesca concentración de banalidad, morbo y ruido que destila la telebasura. Desde la casquería de los programas del corazón hasta las llamadas tertulias periodísticas y el seguidismo partidista en los informativos, o las delirantes retransmisiones de los partidos de fútbol. El mismísimo Zworykin habría tenido la oportunidad de poder reflexionar sobre la utilización reductora de su invento.

Como es lógico, sin negarle a la televisión la inmensa capacidad de distracción y apalancamiento, no todo lo que se produce para la pequeña pantalla es basura. Ni mucho menos. Las grandes series televisivas, algunas de ellas como Los Soprano, The Wire o Boardwalk Empire, figuran como los mejores exponentes de la cultura popular en lo que va de siglo. Y por las televisiones se emiten, además, otro tipo de programas divulgativos de calidad nada desdeñable. Obviamente, no es difícil distinguir a qué tipo de tele y de basura se refieren entre sí los miembros de la comunidad científica al reclamar "daños y perjuicios" sobre la degradación intelectual y anímica que pesa sobre la sociedad contemporánea.

Pero si hay algo que supera en ruido y adocenamiento a la televisión es el magma de confusión que reina en internet y sus satélites sociales. La proliferación enredada de lo verdadero y lo falso, la rumorología inconsistente, la falta de ética y el anonimato circulan por las redes como Pedro por su casa, por Google y la Wikipedia, que otorga valor a las segundas y terceras fuentes por encima incluso de la verificación del propio creador. Lo contaba el pasado sábado en un artículo publicado en este diario Eduardo Jordá, a propósito de una magnificación de la mentira a costa del escritor Philip Roth y el personaje de una de sus novelas más conocidas.

La televisión ha sido uno de los mayores inventos, como lo es internet y lo fue la imprenta. Pero sólo los dos primeros inquietan intelectualmente, por la alienación masiva, y los agujeros por donde se filtra un ruido cada vez más ensordecedor. La interacción de ambos provoca situaciones bastante delirantes. Por ejemplo, en la medianoche del lunes, cuando la pequeña pantalla cumplía con la misión de informar sobre lo que estaba sucediendo en Boston tras las bombas de la maratón, las redes sociales escupían su propia cosecha sobre el tratamiento informativo. El principal debate suscitado era por qué se le estaba prestando mayor atención al suceso de Estados Unidos que al doble atentado islamista de Somalia, abriéndose paso en medio del caos una catarata de cientos de opiniones descerebradas sobre la importancia de los muertos de primera y de segunda.

Efectivamente, puede que tenga razón la comunidad científica al alentar la broma del ruso y Occidente, y la guerra de la inteligencia esté perdida.