El gran invento de la informática es el reinicio. Eso de que, cuando el ordenador se bloquea, baste con apagarlo y volverlo a encender para que recupere la cordura no se da en ningún otro ámbito de la actividad humana. Existe incluso un programa, llamado máquina del tiempo, gracias al cual puedes regresar a una situación anterior. Al lunes de la semana pasada, por ejemplo, es decir, a la última ocasión en la que la máquina funcionaba como debía. El reinicio, bien visto, es una copia del modo de actuar de la naturaleza, que cada primavera repite el espectáculo de la vida, para ver si le sale mejor que en la edición anterior, y cada otoño el de la muerte, para ver en qué es capaz también de perfeccionarlo. Teniendo en cuenta que venimos de donde venimos, es decir, de una bacteria, hay que conceder a la naturaleza que en cada reinicio viene produciendo más vida y, en consecuencia, más muerte también. Parece atrapada la pobre en una suerte de círculo vicioso del que nosotros somos meros instantes. Cada nacimiento, dejémonos de retóricas, es un reinicio y cada óbito es un refinal, palabra inexistente porque el diccionario se reinicia menos de lo que debería.

Mucha gente, en esta época, nos cogemos una bronquitis que parece la misma del año anterior. Pues no es la misma, sino un reinicio del proceso. Sin duda, no nos salió todo lo bien que, según la naturaleza, nos debería haber salido, de modo que alguien o algo presiona las teclas de Ctrl, Alt, Supr, y aquí está de nuevo la tos, la mucosidad, el malestar general. Personalmente, este año me está saliendo el reinicio muy bien, tan bien que es posible que me muera. Esto es en definitiva lo que busca una buena bronquitis como lo que busca un poema es una buena metáfora. Ese sería el refinal, que no es un final doble sino un reinicio del final dirigido a perfeccionarlo. Afortunadamente, contra el refinal de la naturaleza hay excelentes jarabes, muchos de ellos con codeína, una sustancia con la que da gusto meterse en la cama, sobre todo si eliges bien la novela que te llevas debajo del brazo. Lo más seguro es volver a leer Madame Bovary o La Regenta, que nunca se acaban de leer suficientemente bien, en otras palabras, reiniciar su lectura, a ver qué pasa.