La extrema derecha española ha dado a conocer cuál es su receta para abortar la presunta secesión de Cataluña. Ahí la tienen: decretar el estado de guerra, destituir al "presidente-delincuente" de la Generalitat y enviar el Ejército a que "apacigüe Barcelona". Quienes plantean semejante intervención, se preguntan: "ante el riesgo de desintegración de España, ¿no existen españoles capaces de salir en su defensa, cueste lo que cueste?". La fórmula magistral, infalible, aplicada con indescriptible éxito a lo largo de la historia de España, ha sido dada a conocer por la Fundación Francisco Franco, la institución que preside la hija del dictador, Carmen Franco, entre cuyos patronos se halla quien precisamente ha dado con la solución a aplicar en Cataluña: el que fuera ministro del Movimiento, el partido único de entonces, en unos de los últimos gobiernos del general, José Utrera Molina, suegro del actual ministro de Justicia, Alberto Ruiz-Gallardón, además de su cuñado, que también auspicia el nunca extirpado sueño de las intervenciones militares para resolver los contenciosos españoles.

Al presidente Mas, CiU y los figurantes de la representación en la que nos han metido, las gansadas de gentes como las de la Fundación Francisco Franco han de saberles a gloria: es la clase de producto que requieren constantemente para mantener viva la llama del soberanismo, para poder justificarse ante los ciudadanos de Cataluña haciendo olvidar los salvajes recortes sociales a los que les han sometido desde que ganaron las elecciones. Lo chocante es que las izquierdas, les sigan ovejunamente, sin colegir, al menos aparentemente, que la actuación de Artur Mas tenía en un principio un meditado cálculo electoral; ahora, soltada la liebre, ya no sé si es puro cálculo electoral o vamos a ver a dónde finalmente nos conduce el tinglado puesto en funcionamiento. Artur Mas debería concederle a la Fundación Francisco Franco alguna de las altas distinciones que la Generalitat otorga a quienes se han distinguido por sus servicios a la razón de ser nacionalista. Difícilmente hallará un aliado más entregado, que sea capaz de tanta abnegación como Utrera Molina y asociados. Los celosos guardianes de la memoria del extinto general ofrecen el repertorio imprescindible para que los nacionalistas puedan seguir alimentando su agenda soberanista, la que Artur Mas, el reencarnado Moisés de Cataluña, proclama que ha de conducirles a la ignota tierra prometida del independentismo.

En el capítulo de agradecimientos, y además de la mención de honor a la Fundación Francisco Franco, la Generalitat también debe acordarse de ciertos medios de comunicación de Madrid, por haber contribuido con decisión insobornable a que en Cataluña prenda con inusitada fuerza la llama independentista; después, algunos connotados dirigentes de PP y PSOE, siempre dispuestos a sumarse al disparaste incendiario, y, por último, pero fundamental, la disposición del PSC a inmolarse por la causa sin obtener más rédito que el de su progresiva irrelevancia.

¿Qué hace falta para que algún dirigente socialista catalán le diga a Artur Mas que su disparate se debe a que quiere que no se le pidan cumplidas cuentas por lo que está haciendo sufrir a tres cuartas partes de los ciudadanos catalanes? Es uno de los insondables misterios que hacen del socialismo catalán una organización en peligro cierto de extinción. Mas ha sabido percatarse de que el enorme complejo que atenaza a las izquierdas catalanas (ERC no es un partido de izquierdas, son independentistas acomodaticios en la derecha o izquierda según convenga) le cubría ese flanco, por lo que podía centrar su atención al campo de la derecha, el suyo, y lanzarse directamente a por el PP, con quien ha pactado, desde que Rajoy fue investido presidente del Gobierno, todo lo que tenía que ser acordado para haber llegado a la situación de extenuación extrema existente tanto en Cataluña como en toda España.

Mas ha sabido cómo plantear las cosas; lo ha hecho inteligentemente porque, además de conseguir que se olvide el desastre que ha sido su gestión gubernamental, desastre sin paliativos, resulta que obtiene lo que deseaba, que no es otra cosa que transmutar el desafío soberanista en la cuestión central y única de las elecciones del 25 de noviembre. Si las gana por mayoría absoluta tendrá lo que buscaba; si obtiene más diputados que los actuales, también; si desdibuja al PP, que es lo más probable, además de hundir al PSC, se hace con el valor añadido de poder actuar durante cuatro años sin la molesta presión de la derecha española en Cataluña, que es precisamente lo que CiU pretende soslayar al precio que sea. Conseguidos sus objetivos ya llegará el momento o bien de acentuar el desafío o, lo más probable, de iniciar la lenta y matizada reculada. Mas confía en que la inacción del presidente Rajoy, una de las marcas de la casa, le facilite las cosas, a fin de pactar alguna fórmula intermedia contando con que la Unión Europea le dirá que una Cataluña independiente no tiene cabida en su seno, lo que ya ha sido anunciado por la vicepresidenta de la Comisión, el ejecutivo de la Unión. Esa será la coartada exhibida por Mas, que ya esbozó Francesc Oms, uno de sus lugartenientes, para justificar que no se puede ir más allá, ya que es impensable que Cataluña quede al margen de Europa. Todo sin citar la palabra maldita: independencia, sin aclarar cuándo y cómo se convocará el prometido referéndum que también puede quedar pospuesto hasta mejor ocasión si se pacta lo que se tenga que arreglar con Madrid.

CiU, mientras se resuelve el embrollo, juega sobre seguro contando con que le llegarán más regalos como el impagable ofrecido por la Fundación Francisco Franco. Cuánto ayuda Madrid a que se afiance Mas en Cataluña.