Desde que el Real Mallorca se mudó a Son Moix, el estadio Lluís Sitjar se ha ido convirtiendo de forma progresiva en un zarzal de indefiniciones e incertidumbres, con deterioro cada vez más progresivo, que lo han enquistado como una lacra más del urbanismo de Palma. Ahora, el que fuera estadio insignia del fútbol mallorquín y del mallorquinismo militante, parece emprender su eclosión definitiva, que en cualquier caso será larga, dolorosa y hasta poco digna. Cort inicia el proceso de declaración de ruina del Lluís Sitjar que, un día u otro, acabará con su demolición, presumiblemente entre pleitos y desencuentros, dado que no hay acuerdo entre las partes, ni sobre el proceso a seguir, ni sobre las formas empleadas. El viejo estadio merecía un fin más honroso. Pero también es cierto que no puede seguir en su estado actual, porque el abandono y el deterioro llevan camino de eclipsar para siempre la buena memoria de las tardes de gloria y las ilusiones vividas en él. Tal como están las cosas, ahora por lo menos se podría intentar evitar que el desplome físico de las gradas ya irreconocibles, no acentúe el dolor del derrumbe sentimental.

El proceso administrativo de declaración de ruina es muy largo y garantista, como indica la alcaldesa Calvo. En el caso del Lluís Sitjar se complica todavía más porque la propiedad está muy fragmentada y porque quien posee la mayor porción de ella, el Real Mallorca, se opone al uso de la piqueta, al igual que los titulares menores. Unos y otros están molestos con las formas y las políticas empleadas por Cort, que se substancian sobre todo en desavenencias económicas. Si llegan a concretarse los planes trazados por el Ayuntamiento, los copropietarios deberán acabar abonando la factura de más de millón y medio de euros que comportará la demolición. Una tercera parte de ello correspondería al Real Mallorca, cuestión compleja, porque el club se halla sujeto a concurso de acreedores.

Pero los propietarios también se lamentan de que no les den alternativas para los terrenos de la obsoleta instalación deportiva. ¿Qué pasará a partir de ahora? Pues que el viejo estadio seguirá deprimiendo al barrio de Es Fortí y delatando la falta de previsión y las incongruencias del urbanismo de Palma, mientras letrados de la propiedad y técnicos discuten la capacidad de aguante de un determinado pilar o las higueras silvestres crecen donde un día hubo césped. Cort parece haber cambiado de intención en busca de la puntilla definitiva para un Lluís Sitjar que no puede suponer un peligro público. Permanecen las quejas y las reivindicaciones de los vecinos y quedan por el camino la propuesta de recinto ferial o la idea de recuperarlo como estadio. Ahora, de no surgir nuevos recovecos, se presume en un horizonte casi imperceptible por lejano, un parque y equipamientos deportivos públicos incorporados a Sa Riera. Es sólo un esbozo, porque deberá mediar en ello la redacción del nuevo Plan General de Palma.