La portavoz del PP en el Congreso, Soraya Sáenz de Santamaría, interpelada sobre la actitud reservada y estática de Mariano Rajoy por consejo de sus asesores, dijo recientemente que cuando una estrategia política se cuenta, deja de ser una estrategia. Efectivamente, y sea o no cierto que el sociólogo de cabecera Arriola ha recomendado al líder de la oposición el mantenimiento de un perfil lo más bajo posible, resulta evidente que, tras circular esta especie, Rajoy ya no puede encastillarse en su urna de cristal si no quiere atraer la irritación de una ciudadanía que exige a los políticos, del poder y de la oposición, soluciones creativas y concretas a sus exorbitantes problemas.

Lo cierto es que, después de transcurrido un tiempo en que han abundado las ironías sobre la indolencia del presidente del PP, Rajoy se ha lanzado al ruedo, con ímpetu pero con escasa precisión, para dar sensación de actividad. El pasado domingo, se publicaba en "El País" una extensa entrevista firmada por el director del periódico en la que el líder de la oposición aparecía voluntarioso pero distraído, lejos del rigor exigible a quien aspira nada menos que a gobernar el país.

Como era lógico, el entrevistador preguntó al entrevistado por el ajuste anunciado por el premier británico David Cameron, que pareció bien en líneas generales a Rajoy. Pero asaeteado éste a preguntas sobre los detalles, reconoció conocer la música pero no la letra pequeña. Letra pequeña que incluía, entre otras cosas, el licenciamiento de medio millón de funcionarios públicos. Rajoy trató de recomponer la figura pero el daño era ya irremediable: la entrevista lo dejó en mal lugar, y además arreciaron las voces que acusan al líder de la oposición de disponer de una "agenda oculta" cargada de medidas impopulares que el PP no exhibe para no generar rechazo pero que aplicaría con toda contundencia si llegase a gobernar.

Es patente que, cuando este país se encuentra todavía en la fase inferior del ciclo económico recesivo y cuando nos hallamos en medio de un colosal ajuste que nos viene impuesto por la Eurozona y por los mercados financieros, los mensajes políticos, del poder o de la oposición, no pueden ser complacientes. Gobierne quien gobierne, nos aguarda un todavía dilatado trayecto de sangre, sudor y lágrimas. De ahí que las propuestas que se efectúen hayan de ser meticulosas y cuidadas porque inciden sobre una sociedad ya muy agobiada por la crisis, atemorizada por el desempleo, profundamente escéptica, desengañada con su clase política y muy crítica con un marco político e institucional que no ha sido capaz de evitar la catástrofe ni está dando pruebas de competencia para recomponer un presente y un futuro habitables y construir unas expectativas creíbles.

En otras palabras, si Rajoy quiere efectivamente bajar al ruedo –quedarse en los toriles resultaría aún más contraproducente, a estas alturas- tiene la obligación de elaborar un programa riguroso, estricto, creíble, bien ponderado y defendible. Un programa que no pase de puntillas sobre los sacrificios que todavía nos aguardan y que resulte atractivo por la imaginación de las fórmulas y por la sensibilidad de las propuestas. En coyunturas como la presente, más que agradar, que es imposible, es conveniente convencer.