El ministro de Asuntos Exteriores de Marruecos arremetió el miércoles contra la prensa y los periodistas españoles, que a su juicio serían parte interesada en denigrar las políticas marroquíes y dificultarían por tanto, con su impericia o mala fe, las relaciones bilaterales entre los dos países. La nueva ministra española, Trinidad Jiménez, asistió perpleja a la reprimenda.

Parece mentira que un alto funcionario marroquí, sin duda viajado e instruido, no se percate de que esta salida de tono no sólo es perfectamente inútil porque ninguna prensa libre hará caso de admoniciones de esta estirpe sino que se convierte en el reconocimiento claro por quien así opina de que Marruecos es una dictadura: sólo un régimen autoritario puede pensar que su sistema mediático ha de estar al servicio de unos objetivos políticos, debiendo subordinar por tanto la verdad a determinados intereses.

Rabat se suma así a un grupo poco recomendable de países como Venezuela o Cuba que de tanto en cuanto protestan airadamente contra la prensa española porque supuestamente los denigra. Cuando la verdad es que lo que les molesta es observar su rostro en el espejo.