Decía ayer con gracejo un curtido periodista que, después del duro trance de administrar el doloroso parto del Estatut en Cataluña, Pasqual Maragall, todavía revestido de la intangible pátina del catalanismo político que le otorga su ilustre apellido, se ha comportado como quien, en un rapto de euforia patológica, hubiera decidido estrellar su vehículo contra una pared. Y es que resulta ciertamente inconcebible que un político curtido haya abierto tan colosal crisis al gestionar su comprensible decisión de remodelar su gobierno.

Tras la aprobación del Estatuto en el Parlament y cuando toda la prensa catalana está haciendo recuento del pobrísimo balance de la acción gubernamental en este dilatado período de veinte meses en que las energías se han consumido en el trámite estatutario, era ´de libro´ la necesidad de impulsar la tarea ejecutiva de la Generalitat mediante un cambio de equipo. En el sistema autonómico catalán, como en todos los modelos parlamentarios, la designación de los miembros del Gobierno corresponde al jefe del Ejecutivo. Pero ni Maragall puede desconocer que su elección al frente de la Generalitat es fruto del pacto ´tripartito´ del Tinell, ni es necesario hacer las cosas de modo tan rudimentario. La chispa de la crisis saltó el viernes pasado cuando el ´conseller primer´, Bargalló, de ERC, recibió de manos de Maragall una lista del ´nuevo Gobierno´ en la que figuraba por cierto Ernest Maragall como conseller. El primer secretario del PSC, Montilla, se enteró del asunto horas después cuando lo llamó el también republicano Puigcercós para pedirle explicaciones por la crisis. "No sé de qué me hablas", le respondió con razón el ministro de Industria. No es, pues, extraño que el PSC se haya plantado ante la enésima excentricidad del presidente del partido.

La situación de Maragall, apenas apoyado en sus últimos devaneos por su propio hermano, es muy delicada en Cataluña, ya que le habrá de resultarle muy difícil superar la seria desautorización que acaba de recibir de los tres partidos que lo sostienen, incluido el suyo propio. En cualquier caso, ya parece descontado que también en Madrid ha perdido definitivamente el crédito que le otorgaba la relación especial con Rodríguez Zapatero. La lista de despropósitos es demasiado larga y ha comenzado a erosionar también a La Moncloa: la resistencia a relevar del gobierno catalán a Carod-Rovira tras el dislate de Perpignan; el episodio del 3% cuando la crisis del Carmel; las fotografías de la corona de espinas ; la del campeonato de hockey en Macao con la bandera independentista; la reclamación del dominio ".ct" de Internet, reservado a los Estados, después de haber conseguido el ".cat"...

El hastío del Gobierno central ante tanta desmesura es bien patente. Porque además, como bien se ha ocupado de recordar el principal partido de la oposición, quien está dando tan colosales muestras de torpeza ha sido asimismo el principal impulsor del texto estatutario, que va mostrando sus inconsistencias a medida que es interiorizado en sus distintos aspectos por la opinión pública. En cierto sentido, el desgaste de Maragall habrá de perturbar el inminente debate en la Comisión Constitucional, pero también es evidente que el descrédito del mentor institucional del Estatut reforzará la posición de quienes critican la desmesura de los planteamientos estatutarios.

Lo más cierto que apunta la actual coyuntura es, en cualquier caso, que Maragall, en quien desde hace tiempo cuenta más su naturaleza simbólica que su densidad política y personal, se encuentra al final de su ciclo político. Hoy es patente que la gran renovación catalana que, por la propia lógica de la situación, debía producirse tras la retirada de Pujol quedará incompleta en tanto el PSC no lleve también a cabo la inaplazable renovación generacional.