Si en los 70, cuando era un veinteañero aguerrido y engagé, alguien me hubiera dicho que más de treinta años después acabaría escribiendo artículos de reconocimiento intelectual y político al Superagente 86 no me lo hubiera creído. Pero a los veinte años no tenemos ni idea de las crueldades que nos depara la vida. Entonces miraba la serie de Maxwell Smart con desgana, con el rabillo del ojo. Jamás podría gustarme una serie americana con un payaso que utilizaba un zapato como teléfono. Eso sí, creo no haberme perdido casi ningún capítulo.

Hace unos días fui al funeral por Maxwell Smart (Don Adams murió la pasada semana) y, sorpresivamente, me encontré con muchas caras conocidas que jamás hubiera sospechado que lo recordaran. Ocurrió como en los entierros de viejas prostitutas, que reúnen a amigos y conocidos que nunca se habían confesado tener este nexo común. Ahora resulta que mandarines de la intelligentsia, gurús de la postmodernidad y una notable nómina de la intelectualidad eran fans del "temible operario del recontra espionaje". Queda confirmado que "El Superagente 86" no era una bobada sino una serie de culto.

Contenía incluso mensajes políticos contemporáneos. Maxwell y su compañera "99", con la que posteriormente se casaría, miran a lo lejos el hongo de una explosión nuclear. Ella: "¡Oh Max! ¡Qué terrible arma destructora!". El: "Si, ya sabes, China, Rusia y Francia podrían ilegalizar las armas nucleares. Nosotros deberíamos insistir en ello". Ella: "¿Y qué pasa si no lo hacen Max?". El: "Entonces tendremos que bombardearles. Es la única manera de mantener la paz en el mundo". Está claro que a Bush también le gustaba esta serie.

Nada en ella era gratuito. Tan poco gratuito como que el guionista era un tal Mel Brooks. 86 era el número clave utilizado por los camareros norteamericanos para designar a quienes no hay que servirles más copas porque ya van cargados. De hecho, el nombre original de la serie: "Get Smart", también significa "traigan al listo".

Maxwell, en una época de superagentes secretos de alta gama, era el anti antihéroe. Estaba convencido que era malvado y perverso y que si no le salían de todo bien algunas cosas era porque la mala suerte se cebaba con él. Desde luego competía en tecnología: su artilugio más conocido fue el zapatófono (cuyo número era el 306). Tal ha sido su fama que en 2002 fue exhibido en la exposición "Espías: secretos de la CIA, el KGB y Hollywood" en la Biblioteca Presidencial Ronald Reagan de Washington. Pero no solamente fue famoso el zapatófono sino también el cono del silencio, donde se encerraba para hablar en la intimidad con la 99 y escuchar mensajes tan secretos que ni él mismo oía. Colocaba teléfonos ocultos en moscas, tenía un telex secreto en un parquímetro, una televisión en el collar de un perro y una pantalla invisible que ni él llegó a ver jamás.

Sus salidas jamás fueron valoradas en toda su magnitud. En una ocasión, su gran enemigo, Kaos, lo tenía tan bien trincado que le dio a elegir la manera de morir. Smart dejó caer como si nada: "¿Podría ser de muerte natural? Un momento después se pudo escabullir hasta el epidosio de la semana siguiente.

Hizo famosa en los Estados Unidos la frase "Would you believe...", que aquí se traducía como "Me creería si le dijera...". Frase célebre de 86: "¡Ríndanse, están rodeados por cuatro mil soldados de la Guardia Nacional y ocho tanquetas blindadas"! Como sus oponentes le contestaron con risas y se lo tomaron a chirigota, les dio una segunda opción: "¿Me creerían si les dijera que son cuatro boy-scouts y un perro?". Su otra frase: "Lo sospeché desde el principio..." todavía tiene hoy adeptos que la utilizan.

En realidad, el líder del contraespionaje tenía capacidad para provocar más caos y confusión que todos sus enemigos juntos. Las escenas de crédito de la serie eran toda una presentación de principios. Llegaba a su trabajo, en el 123 de Main Street, una fachada de tintorería. Seguía por un largo pasillo y traspasaba una multitud de puertas blindadas hasta llegar a una cabina telefónica, donde introducía una llave para desplazarse hasta el décimo sótano, donde le esperaba el Jefe para luchar contra el mal. Todo ello con la música del "Tatachán, tatachan...".

Y como a partir de ahora, la estela intelectual de 86 se convertirá en material citable, quiero apresurarme a exponer la sentencia que debería figurar como epitafio del que fue el mayor héroe del recontra espionaje a la hora de avaluar la situación: "Lo más seguro es quién sabe".

Jordi Bayona es periodista.