Se han puesto de acuerdo todos los Medios de Comunicación para considerar la entrevista Zapatero-Maragall como una puesta en escena, aunque para algunos esa consideración no infravalora la actitud de los protagonistas, puesto que creen que la política es en buena parte cuestión de gestos. Para otros, la teatralidad como acto de gobierno sólo persigue imagen electoral, pero no resuelve conflictos y problemas, que es lo que tienen que hacer los gobernantes.

Casi coincidiendo con los famosos "cien días", se podría decir que Rodríguez Zapatero conserva casi al completo la confianza de los ciudadanos, y tiene a su favor un apoyo mediático sin precedentes en la democracia española. A los Medios de Comunicación públicos, ya volcados en la defensa del nuevo Gobierno tras los correspondientes cambios directivos, se une el aplauso entusiasta del más poderoso de los grupos mediáticos, PRISA, y la actitud favorable, en todo caso de neutral expectativa, de los otros grupos periodísticos y las grandes cadenas privadas de radio y televisión, con la excepción aislada de algún programa concreto, algún articulista y algún editorial que no han concedido ni un solo día de tregua al nuevo gobierno socialista. Los que atacan porque sí, son pocos y poco influyentes en cualquier caso.

Con tan excelente bagaje de opinión pública, tal vez el más importante error del presidente Zapatero hasta ahora haya sido recrearse en su impunidad ante la crítica y seguir haciendo gestos y más gestos que realimentan lo que él cree que es la razón de su éxito: condescender con todo, sonreír a todo, aceptar cualquier propuesta y su contraria, sumar apoyos en definitiva, como corresponde a quien todavía se cree en etapa electoral. Si se fijan, cada uno de sus actos y sus movimientos parece haber sido programado por un jefe de campaña, como la misma visita de Maragall a La Moncloa, con exhibición de banderas incluida, y cuya nota de prensa insistía en que el Presidente había querido "poner en escena" una nueva relación entre el Estado y las Comunidades Autónomas. El libreto depende de quien lo cuente. Maragall dice una cosa y el ministro Sevilla dice otra, pero es lo mismo.

La política de gestos incluye el anuncio de nuevas disposiciones o propuestas de leyes que satisfacen a un determinado colectivo o grupo de ciudadanos, pero que casi siempre, y esto es lo natural, tienden a crear descontentos en el otro lado. Nada más llegar el nuevo Gobierno paraliza el trasvase del Ebro, hace proyectos de ley con discriminación positiva para la mujer, promete matrimonios homosexuales con derecho de adopción, y hasta describe un régimen de ayudas a los jóvenes que alquilen piso. Pero incluso la más inofensiva de las acciones de gobierno produce siempre efectos no deseados. Los regantes de las Comunidades mediterráneas están que trinan, los juristas se asombran del atrevimiento de estos nuevos legisladores que no respetan el principio de equidad, la Iglesia clama al cielo (nunca mejor dicho) por el agravio a la institución sacramental del matrimonio, y lo de la vivienda, aparentemente inocuo, ya está siendo contestado por economistas que consideran peligroso quitar desgravaciones fiscales por adquisición de vivienda y dar ayudas muy temporales a los que alquilan.

Todas son medidas que pueden ser contestadas, y lo serán, pero por el momento, entre la tregua de los cien días y el generoso apoyo mediático de que goza este gobierno, parece que todo cuela y todo merece aplauso. Hasta los gestos más vacíos, en los que ya se nota que Zapatero sobreactúa como si estuviese en permanente campaña electoral.