Si resulta incuestionable que el resultado de las elecciones del 14-M fue una sorpresa -incluso para los socialistas más conspicuos que lo niegan con la boca pequeña-, nadie podrá extrañarse de que, tras el proceso político que condujo hasta aquella fecha -desatentada por los gravísimos sucesos del 11-M-, el PP lo tuviera todo dispuesto para ocupar el poder, en tanto el PSOE se hallaba perfectamente preparado para desempeñar la tarea de oposición.

Tan súbita e inesperada inversión de papeles el 14-M explica el desconcierto de ambas partes. Pero siempre es más fácil prepararse para gobernar que para dejar de hacerlo, y el PSOE, un partido de larga tradición y nutridos cuadros aunque con un aparato pequeño y flexible, está encontrando manifiestamente con cierta rapidez la vía adecuada de adaptación a su amena tarea de administrar el poder. El PP, en cambio, está tardando en reaccionar: todavía no se ha percatado de que no es lo mismo organizar el gran aparato de ocupación del Estado que desempeñar la punzante y tenaz tarea de controlar y criticar al poder. Rajoy, un político cuya talla personal ya no es cuestionable, sí ha encarado aceptablemente su nueva situación, pero no así el Partido Popular en su conjunto. Comienza a hablarse de que el próximo Congreso, que otorgará además plena legitimidad al secretario general (hasta ahora es un líder designado), podrá servir para reconfigurar las estructuras internas y adaptarlas a la misma tarea que ya desarrolló el partido hasta 1996. Pero, como es manifiesto, no se ha resuelto aún el reparto del liderazgo entre Rajoy y Aznar ni el papel que deberá desempeñar en el próximo futuro la Fundación FAES, que, presidida por éste, fue concebida como refugio personal y político del presidente dimisionario en un contexto de predominio político del PP; es decir, con Rajoy en la Moncloa.

El diseño planeado, un Rajoy gobernante -y por lo tanto con el poder real en sus manos- "asesorado" por una Fundación de análisis político al estilo de los think tanks americanos encabezada por Aznar, era perfectamente viable. Ya se sabe que quien gobierna nunca comete, a su juicio, errores; no cabe, pues, la discrepancia interna sino, como mucho, las opiniones "matizadas". El tándem hubiera resultado, en fin, creativo y estimulante de todas las potencialidades del PP. Pero la situación actual es totalmente distinta.

En efecto, la falta de base de aquel diseño, que ha de funcionar en circunstancias muy distintas, ya se ha puesto de relieve en varias ocasiones. Rajoy mantiene su discurso, que necesariamente ha de incluir algunas dosis mínimas de regeneración y autocrítica, pero FAES -es, decir, Aznar- pronuncia otro distinto, obstinadamente continuista. Y dado que FAES es la "razón intelectual" del PP, Rajoy queda en evidencia. En estas circunstancias, las contradicciones entre quien tiene en teoría el "poder orgánico" del PP y quien conserva la "influencia" son y serán inevitables. La jerarquía moral sigue siendo clara, sobre todo porque la renuncia de Aznar fue, teóricamente, un gesto de filantropía.

La solución no es fácil, y, desde luego, para arbitrarla hay que reconocer primero que el problema existe. Una de las fórmulas posibles sería la de que Rajoy ocupara también la presidencia de FAES, en tanto Aznar se convertía en presidente no ejecutivo del PP. Hay muchas más, pero en todos los casos el eje del desenlace ha de ser el fin de la incuestionable bicefalia que se ha establecido. Fraga lo entendió perfectamente en su momento, cuando reconoció su incapacidad histórica para llegar a la presidencia del Gobierno. Aznar no lo ha asimilado todavía. Y la ambigüedad en este sentido aleja cada día más al PP de su condición de opción auténtica de gobierno.