Presidente del Parlament, una profesión de alto riesgo

Cinco titulares de la cámara autonómica debieron abandonar el cargo antes de finalizar su mandato, a menudo en circunstancias traumáticas

Solo Vox ha fracasado en el intento

Matías Vallés

Matías Vallés

La presidencia del Govern concentra en buena lógica la atención de la política autonómica, pero presidente del Parlament es el cargo de máximo riesgo de la comunidad. Solo dos titulares del Ejecutivo balear han tenido que abandonar el Consolat antes de acabar su legislatura, Gabriel Cañellas y Cristòfol Soler, ambos en el cuatrienio 1995-99. En cambio, se han producido hasta cinco relevos en la cima de la cámara autonómica.

Cuatro de los relevos a la presidencia del Parlament fueron traumáticos, tres estuvieron sobrevolados por la sombra de la corrupción. La decapitación de Gabriel Le Senne a manos de Idoia Ribas iba a ser el sexto seísmo con tintes dramáticos, y el segundo consecutivo provocado por una guerra intestina. También es la única intentona que ha fracasado, lo cual da idea del nivel de los cinco tránsfugas involucrados.

La secuencia temporal de los cambios de alto voltaje en la cumbre del Parlament se inicia en julio de 1995, doce años después del estreno de la cámara en su actual configuración. Cristófol Soler dejaba el estrado legislativo para ascender a su efímera presidencia del Govern, sucediendo en el Consolat al Cañellas destituido en persona por José María Aznar. El hoy independentista fue sustituido al frente de la cámara legislativa por Joan Huguet, sin duda el político que mejor se mimetizó con el cargo antes del propio Le Senne. El menorquín debutó en la sensación de exprimir el roce triunfal del terciopelo del trono con el cogote.

En 1999, el socialista Antonio Diéguez fue el más breve y circunstancial de los presidentes de la cámara. Custodió el sitio a regañadientes para Maximiliano Morales de Unión Mallorquina, una vez sellado el primer Pacto de Progreso. La institución viviría a continuación una década de estabilidad hasta 2010, en que Maria Antònia Munar era sustituida a trompicones por la socialista Aina Rado. La saliente acabó en la cárcel, su dimisión forzosa echaba por tierra la elucubración sobre una protección judicial diseñada desde las alturas empíreas por Alfredo Pérez Rubalcaba.

Con la caída definitiva de Munar se iniciaba el periodo más tormentoso del Parlament, que se ha saldado con cuatro demoliciones de la presidencia en un plazo récord. Dos años después del abandono de la presidenta de UM, caducaba la segunda legislatura al frente de la cámara de Pere Rotger, seguramente el mejor presidente que ha tenido la institución. Su imputación después cancelada en el caso Over Marketing obligó al político de Inca a dejar el cargo en manos de su correligionaria Marga Durán.

El ajetreo presidencial no se interrumpiría durante la segunda mitad de la pasada década. Una de las primeras alarmas sobre la cordura de Podemos a nivel estatal saltó en Balears en 2017. El primer Govern de Francina Armengol no había atravesado el ecuador, y Xelo Huertas era expulsada del partido de Pablo Iglesias y de la presidencia parlamentaria que nadie entiende que llegara a ocupar.

La guerra interna de Podemos para desalojar a Huertas es el caso más próximo al putsch fallido de Ribas y compañía contra Le Senne. El precedente desembocó en el Tribunal Supremo, que apreció los argumentos de la formación política para desembarazarse de quien desempeñó el cargo más importante jamás ocupado por el partido de izquierdas en Balears.

El cargo arrancado a Huertas recayó en Balti Picornell, sin duda el presidente más pintoresco que ha disfrutado el Parlament. El paralelismo con el descabezamiento de Le Senne por sus compañeros es evidente, pero los tránsfugas de Vox quisieron imponer su voluntad sin consultar siquiera a su partido. Acabaron humillados, y obligados a soportar al frente de la cámara a un diputado al que odian con más fuerza que a la izquierda radical.

El único argumento de cierta entidad aportado para liquidar a Le Senne era su imparcialidad, que Vox considera un vicio inaceptable. No es infrecuente que los partidos democráticos también acusen al árbitro parlamentario de haber traicionado a sus siglas originales, aunque hasta ahora se resignaban a aceptarlo.

Una de las estampas más famosas del Parlament muestra a Rosa Estarás investida de vicepresidenta del Govern y abandonando la sala de las cariátides en medio de signos evidentes de descontento con la presidencia. Lo curioso es que el cargo no estaba defendido por la izquierda, sino por Pere Rotger. La equidistancia que quiso imponer el alcalde de Inca era insultante para el PP, pero ni la envidia feroz de Jaume Matas logró apearlo del cargo en la legislatura de 2003 a 2007.

Los cambios con secuelas en la presidencia del Parlament han ido acompañados de agitaciones de menor intensidad en la composición de la Mesa. Los vaivenes están propiciados a menudo por cambios de denominación. Por ejemplo, Eberhard Grosske cede en 1999 el puesto de secretario a Joan Buades, para desempeñar una conselleria en el primer Govern de Francesc Antich. En la legislatura inaugural, Pedro Pablo Marrero se convirtió en el primer vicepresidente que dejaba el cargo.

La pulcritud burocrática que se atribuye a los relevos en segundo plano cuenta con una excepción, que ha espantado a los letrados de la propia cámara. En 1987, la popular María Luisa Cava de Llano dejaba la vicepresidencia primera. En la votación subsiguiente, se permitió que los nacionalistas presentaran al derrotado Ramon Orfila para plantar cara al inevitable ganador del PP, el ibicenco Pere Palau. Los letrados concluyen hoy que «este procedimiento es extravagante y único en la historia de este Parlament». Por si no queda claro, insisten en tildarlo de «erróneo». En la salomónica aplicación del reglamento por parte de los juristas, solo el partido que pierde un puesto en la Mesa puede presentar candidatura. Salvo en la presidencia, que Le Senne ha contribuido a convertir en inexpugnable.

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