Esteve Humet, sacerdote y psicólogo: «Meditar es dar tiempo y espacio a nuestro Yo más profundo para que emerja y se haga consciente»

«Descubrí la espiritualidad oriental a raíz de la lectura de una biografía del maestro y místico hindú Ramana Maharshi, me removió y sentí la llamada a ir algún día a la India a vivir como monje cristiano»

Esteve Humet, sacerdote y psicólogo, posa para este diario.

Esteve Humet, sacerdote y psicólogo, posa para este diario. / Pere Estelrich i Massutí / DM

Pere Estelrich i Massutí

Pere Estelrich i Massutí

Es catalán, pero vive en Mallorca desde hace casi treinta años. Es sacerdote y psicólogo. Vive en el campo, cerca de Binissalem y en su juventud vivió en el monasterio de Montserrat. Su interés por la manera de pensar oriental le ha llevado a vivir algún tiempo en la India. Medita y ayuda a meditar.

Sacerdote, monje, psicólogo, guía espiritual ¿Hay un Esteve Humet o son varios?

El individuo es el mismo, pero en el fondo, a través de un recorrido personal, he ido asumiendo diferentes llamadas, muchas de ellas con una cierta dimensión espiritual, que siempre me ha atraído. Ya en la adolescencia me sentí llamado por el servicio a la sociedad así que me incliné hacia el tema sacerdotal, en una época en la que consagrarse a Dios como sacerdote o religioso se valoraba más que formar una familia, al menos en el campo espiritual. Cosa que ahora creo errónea, pues en el matrimonio se puede conseguir igualmente vivir una espiritualidad profunda.

Y en eso decide ir a vivir a Montserrat.

Primero empecé en el seminario de Barcelona, donde estudié filosofía y tres cursos de teología, pero el hecho de conocer a un ermitaño que vivía en una cueva en la montaña, cerca del monasterio, el Padre Estanislau Llopart, un hombre de luz, me despertó una llamada al silencio que me condujo al monasterio benedictino. A través del Padre Estanislau fui descubriendo toda la riqueza de la espiritualidad cristiana, pero al mismo tiempo y en paralelo descubrí la espiritualidad oriental a raíz de la lectura de una biografía del maestro y místico hindú Ramana Maharshi. Todo esto me removió y sentí la llamada a ir algún día a la India a vivir como monje cristiano, pero asumiendo las formas de los monjes contemplativos de aquel país, los “sannyasis” hindues, y la inculturación india, una corriente incipiente que yo seguía con interés desde aquí. Pensemos que, en aquel momento, cuando miembros de la iglesia católica iban a oriente, lo hacían siempre viviendo como occidentales. Me interesé sobre todo por una experiencia piloto que algunos monjes franceses, católicos, vivían en el sur de la India.

Y le pidió permiso al abad para conectar con la tradición y sabiduría monástica a través de Montserrat y más adelante ir al país asiático.

Sí, y convinimos que primero viviera un tiempo en Montserrat para prepararme, junto con algunos otros monjes que iban en la misma línea. La influencia del Padre Estanislau hizo que a los veintiséis años quisiera vivir un tiempo en soledad, como ermitaño, y el abad de Montserrat accedió. Y así fue como fui a vivir solo a una casa abandonada cerca del pantano de Susqueda, durante dos años. Y cuando llegó el momento de profesar como monje de Montserrat pero continuando viviendo en soledad, desde Roma no vieron claro ese proyecto y el obispo de Vic nos acogió, a unos compañeros y a mí, en su diócesis y nos ofreció una casa de campo cerca de Vic, donde fue surgiendo una comunidad de jóvenes, chicos y chicas, que querían compartir la forma de vida de los dos monjes que nos implicamos en aquella aventura.

¿Cuánto duró aquella experiencia?

Siete años, y fue entonces cuando pedí ser ordenado sacerdote para aquella comunidad, aunque mi sensibilidad era más la de aquellos jóvenes que la del clero diocesano, pero me atraía la dimensión de servicio y de alguna manera hacer de “pontifex”, puente, mediador entre la humanidad y la divinidad.

Cuando aquella comunidad de jóvenes se disolvió y yo me encontré en una situación de replanteo global de mi vida, salió de forma providencial, casi milagrosa, la oportunidad de ir a la India, donde viví seis meses, dos de los cuales, junto a Anthony de Mello, el jesuita indio, hombre a la vez profundo y muy sabio. Todo ese tiempo en la India fue, sin duda, un viaje iniciático, con la experiencia del silencio como base y en compañía de monjes hindús y cristianos que me marcaron profundamente.

Pero ¿no puede encontrarse la espiritualidad en occidente?

Ciertamente. Nuestras raíces culturales están llenas de espiritualidad muy auténtica, pero a menudo nos quedamos más en el mundo del intelecto y de las formas, que en el de la Realidad que las trasciende.

Hábleme de De Mello.

Un hombre absolutamente genial, y subrayo la palabra. Su carisma, su inteligencia y su erudición le hacían único. Estar con él fue una bendición. Él dirigía el encuentro grupal junto con dos compañeros más, también excepcionales, un americano y un navarro. El grupo estaba formado por 24 personas, hombres y mujeres, todos de formación religiosa cristiana. Yo era el único extranjero. Esos meses me cambiaron la vida. De hecho, justo al volver de la India inicié la carrera de psicólogo habiendo constatado que la terapia vivida me había aportado recursos que no tuve cuando acompañaba a los jóvenes de la comunidad en el campo.

Dice el dicho oriental: “Cuando el sabio señala la luna, el necio se queda mirando el dedo” De Mello me enseñó a mirar la Luna en vez de mirar el dedo. La religión y sus formas son dedo, no son aún la Luna; para llegar a ella es necesaria la trascendencia de todo esto. Y eso pide valentía. La Luna es la espiritualidad, el más allá de todo, entrar en “la nube del no-saber”, como se lee en un pequeño libro medieval escrito por un cartujo anónimo, en el que se afirma que la manera de poder conocer a Dios es a través del amor, asumiendo una ignorancia radical, un no-saber muy incómodo para la mente, nunca a través de la erudición que, sin ser negativa, nos atrapa en el intelecto y nos obstaculiza el despertar a niveles de realidad más profundos. Cosa que ya predicaba Jesús cuando decía que si no nos volvíamos como niños no descubriríamos el “reino de los cielos”, refiriéndose al Espíritu divino en nosotros

Para usted ¿quién es Jesús?

Para mí, el Jesús histórico es pura transparencia, pura manifestación del Amor, de Aquél que está más allá de todo y que es el substrato de todo, “en el cual vivimos, nos movemos y somos” como dice san Pablo. Y al mismo tiempo es para nosotros, los humanos, el referente de la plenitud a la cual todos estamos destinados. Él nos marca el camino de ser plenamente humanos.

San Pablo habla del Cuerpo místico de Cristo: Jesús la cabeza y nosotros el cuerpo, participando de su Espíritu. Eso es lo que llaman la Buena Noticia, el Evangelio, demasiado buena y demasiado nueva, como decía Tony de Mello, para que la aceptemos en toda la radicalidad que requiere.

Pero esto no suele explicarse así.

Cierto, en gran parte. A menudo en occidente hemos procesado ese camino solamente desde lo psicológico, desde los rituales, desde el dogma, pero todo esto es solamente el dedo, la Luna es otra cosa, es ir más allá. Ser humilde te permitirá llegar a la Luna, sin dejar de ser tú mismo. Me gusta mucho una metáfora oriental según la cual una gota, sin dejar de ser agua, se convierte en océano cuando llega al mar y se disuelve en él. Entonces la gota participa y goza del Todo y se relaciona con todo la creado percibiendo en ello una misteriosa unidad, o mejor, no-dualidad, donde las distancias no cuentan. La física cuántica parece confirmarlo.

El observador, según Heisenberg, modifica el resultado del experimento.

Cosa que demuestra que el observador no puede ser neutro, que es un emisor de energía de una determinada frecuencia y el universo te responde con la misma frecuencia. Y llevado al terreno espiritual, si emites agresividad y alimentas odio, generas negatividad. De aquí la importancia y la belleza de decir que, si bien cada uno somos solamente un grano de arena, somos ese grano individual y único sin el cual no existiría la playa. Y ese grano de arena, si está conectado con la playa tiene un gran poder: el del Amor.

Si creemos en la fuerza del Amor, en mayúscula, llegaremos donde queramos, tendremos poder para iluminar a los que nos guían hacia caminos de terror y de guerra. En el mundo hay demasiados egos que toman el control y así nos va.

Pero el saber nos dice que mientras hay vida hay esperanza.

Una frase cierta pero que utilizamos de forma un tanto ligera. Charles Péguy tiene un libro muy hermoso sobre la esperanza en el que la trata como la hermana pobre de entre las virtudes. Cosa que he entendido de adulto, cuando he sabido qué quería decir no desesperar. En las relaciones humanas, echar la toalla, la desesperanza, es lo más fácil, una tentación propia del ego que no conecta con lo esencial y deja de creer en la fuerza del Amor.

Pasemos a la meditación. ¿Meditar es rezar?

Son dos conceptos diferentes pero complementarios. Meditar, para un occidental, es pensar sobre algo que has escuchado en una charla o conferencia. En oriente, meditar es asumir que solamente existe el presente y por tanto es centrarse, a través de la respiración o de un mantra, en el aquí y ahora para entrar a continuación a ser consciente del mundo psicológico en el que la mente va aprendiendo a dejar de pensar en las cosas que nos preocupan y a aflojarse de la tensión que ello produce. En la práctica, meditar es situar el centro de la persona en el pecho y no en la cabeza y dejarse abandonar, dejarse llevar. Meditar es dar tiempo y espacio a nuestro Yo más profundo para que emerja y se haga consciente. A través de la actitud de abandonarnos, de rendirnos, vamos transfiriendo el control de nuestras vidas de nuestro pequeño mundo psicológico a nuestro Yo más profundo que nos identifica con todo.

Rezar, en cambio, es conectar con lo Absoluto, y al mismo tiempo dialogar con Él a través de nuestro psiquismo tomando la forma de una cierta dualidad, de un yo-tu dialogal, similar al que vivimos en nuestras relaciones humanas. Esto no es negativo si lo vivimos desde una consciencia despierta a la dimensión espiritual.

Esteve Humet, sacerdote y psicólogo.

Esteve Humet, sacerdote y psicólogo. / Pere Estelrich i Massutí / DM

Antes ha citado la soledad, que ha buscado en la montaña y en la India. ¿Qué tiene la soledad para usted?

Si todos la buscáramos se acabaría el mundo (ríe). No estamos hechos para la soledad, pues crecemos a través de relacionarnos, de amar y sentirnos amados. Los demás, en cierta manera, nos hacen de espejo y nos ayudan a conocernos mejor y a trabajarnos. Por eso en la tradición monástica solo se aconseja el eremitismo cuando se ha vivido un tiempo en comunidad. Pero hay un misterio en la soledad que es para todos: vienes a este mundo solo y te vas solo. Únicamente el que vive la soledad en positivo puede vivir relaciones humanas libres.

La soledad es árida, pero como dice De Mello, en la soledad, si la encaras de frente, poco a poco puedes ver brotar a tu alrededor flores y plantas para acabar siendo un jardín frondoso. Si no sabemos estar solos, no podremos ser libres pues necesitaremos de la gente para sentirnos vivos. Perder el miedo a la soledad es una vivencia extraordinaria. La soledad es también la oportunidad para descubrir el silencio. Permítame volver a De Mello, que con ironía decía que “las personas no van a terapia para que les ayudemos a ser libres sino para que les pintemos de colores la celda en la que viven y hacerla más soportable”. Salir de la prisión da miedo; mejor estar en ella con paredes decoradas con flores y plantas.

Pero, en su caso, mucha gente se le acerca para pedir consejo. ¿Qué le parece si, frivolizando, sugiero que asume el papel de coatching espiritual?

(Sonríe). Bueno, pues no me parece mal. Dígalo como quiera. Mi actitud siempre ha querido ser la de responder a la demanda específica que el otro hace. Mi intención de fondo es que mi paso por su vida le ayude a vivir aquel momento vital con más recursos, sea en el terreno puramente psicológico, más limitado, sea con un enfoque ya más global. La acogida, sea individual o en grupo, la vivo como un servicio, un acompañarlos, desde la fragilidad de mi propia realidad individual, a creer en su riqueza de recursos, a despertar en lo que son en plenitud, y a vivir en conexión confiada tan permanente como sea posible con esa plenitud, que nos va sumergiendo en un fluir vital harmónico precioso. Cada persona que viene a mí la vivo como un ser único que me viene a hacer el regalo de compartir su misterio personal y lo recibo con un profundo respeto.

Confesionario frente al diván.

Nunca he mezclado mis creencias confesionales con la terapia, pues sería una falta de respeto hacia la persona que ha venido a mi consulta. Tampoco mezclo creencias al dirigir un grupo de meditación, que suele ser heterogéneo, incluso formado por algunas personas agnósticas. Debo cuidar muy bien el lenguaje para que nadie se sienta excluido. El marco es el que señala la semántica.

La persona humana, ¿nace o se hace espiritual?

Las dos cosas. Nacemos espirituales, pero debemos ser conscientes de ello, debemos educar esa espiritualidad, despertar el ser espiritual que llevamos dentro. Y cada uno tiene su camino para conseguirlo, para unos será el arte y para otros la naturaleza, para otros el servicio a los que sufren...

¿Cómo ve el futuro?

Como realidad solamente existe el ahora, vivimos en un presente continuado. La mente tiene pasado y futuro, pero lo que no sirve, mentalmente, es anclarse en ese pasado y futuro. El futuro será el resultado de una sucesión de presentes. Si conecto con el Yo profundo, contemplo el futuro con esperanza. Si me quedo contemplando el presente solo desde la superficie, me acecha la desesperanza y la tristeza. Y aún esa tristeza solo la supero desde la consciencia del poder del Amor. El padre Estanislau decía que el Amor tiene más fuerza que mil bombas atómicas, y te puedo asegurar que he conocido muy pocas personas tan conscientes del dolor humano como él.

Eso es zen.

Es zen, es mindfulness, es meditación, ponle la etiqueta que quieras.

Para terminar volvamos a sus inicios. ¿Haber vivido en Montserrat, imprime carácter?

Absolutamente. Aquellos años de noviciado fueron un regalo, una manera de profundizar en la espiritualidad monástica. Y el convivir con el Padre Estanislau también fue una manera de alimentar la mente a través de conversaciones con él que enriquecían mis estudios y lecturas, a la vez que iba aprendiendo a mantener el equilibrio con el silencio que trasciende esa actividad.

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