Testimonio de una madre atrapada en Lluc con su familia: «Era el apocalipsis: ‘no llores delante de los niños’, me decía mi marido»

Isabel Ferrer se quedó atrapada en el coche cuando bajaba de Lluc a Pollença junto a su familia - Regresaron al monasterio atravesando, con la nieve por las rodillas, un temporal que tumbaba ramas y árboles

Familias atrapadas en Lluc abandonando la zona.

Familias atrapadas en Lluc abandonando la zona. / CATI ALZAMORA

M. Elena Vallés

M. Elena Vallés

Fueron los dos kilómetros más largos de su vida. Isabel Ferrer los va a recordar siempre, así como su compañero de vida Miquel, «quizá la niña tenga flashes, pero el pequeño Pau no se acordará». Esta familia mallorquina no es únicamente una de las que se quedaron atrapadas e incomunicadas en Lluc por la borrasca, sino que luchó durante 40 minutos contra un temporal de nieve que tumbaba ramas y árboles. La rabia de Juliette cayó sobre ellos cuando se disponían a regresar a casa y se vieron forzados a abandonar el coche con todas sus cosas y dar media vuelta para volver atrás a pie con la nieve llegándoles hasta las rodillas. Se salvaron, pueden contarlo, pero se vieron en serios apuros.

La historia tuvo un buen comienzo. «Llegamos al santuario hacia las 17.30 horas del domingo. Íbamos a quedarnos sólo una noche. El lunes por la mañana, cuando abrimos la ventana, la imagen era muy bucólica con todo aquel manto blanco. Desayunamos y bajamos a jugar. Hicimos hasta un muñeco de nieve. Comimos algo y bajé a por un café y escuché en la recepción que se preparaba la máquina quitanieves para quienes quisieran regresar a casa», relata Ferrer.

Había dos posibilidades: volver por Caimari o hacerlo por Pollença, que era su caso.

Prepararon las maletas y se dirigieron a su coche. «Mi marido estaba reticente cuando vio tanta nieve, yo no tanto, confiaba más».

Borrasca Juliette en Mallorca | Vídeo de la nieve en el monasterio de Lluc

«Íbamos en convoy varios vehículos: la máquina quitanieves, un camión del Consell, un coche, el nuestro, dos más detrás, una furgoneta y un último vehículo. Los niños se quedaron dormidos. Íbamos muy poco a poco y estuvimos parados una hora. Un pino se había caído sobre la furgoneta. Era una familia con dos niños y regresaron a Lluc. Esto lo supimos después, no en el momento. Entonces volvimos a ponernos en marcha y el camión patinaba. Nosotros también patinábamos. Mi marido salió del coche y vio a la familia que teníamos delante poner rumbo hacia Lluc. Los que llevábamos atrás también regresaron. Llamé al 112 y me dijeron que no me moviera del coche, que vendrían a buscarnos. Mi marido decía que no, que debíamos regresar también. Yo ya estaba nerviosa. ¿Cómo íbamos a volver al santuario con una niña de cinco años y otro de dos? Empecé a llorar y fue Miquel quien lo vio muy claro. Teníamos que salir de allí porque iba a hacerse de noche», narra.

Pau, el pequeño que se quedó atrapado. | I.F.

Pau, el pequeño que se quedó atrapado. / I.F.

Y así lo hicieron, los cuatro juntos y solos: Isabel con el niño y Miquel con la niña. «Pau estaba asustado, decía que quería ir a casa. La niña dijo que caminaría. Íbamos completamente mojados. Hacía mucho frío y la nieve caía de tal forma que nos arañaba la cara. El viento era recio y caían las ramas, aún recuerdo su sonido. Era el apocalipsis. Estábamos solos frente a aquello. Todo blanco. Yo era incapaz de orientarme. ‘No llores delante de los niños’, me decía Miquel». Sin saber dónde ponían los pies a medida que daban pasos, con pánico a que les cayera una rama encima que les lastimase, y sin estar seguros de que aquella caminata les iba a devolver al refugio del que salían, a los 40 minutos de andar bajo la despiadada tempestad divisaron el santuario. «Yo pensaba, ¿y si me rompo una pierna? ¿Y si se la rompe él? Uno solo no hubiera podido con los dos niños».

En Lluc les dieron abrigo y comida. Pero estaban incomunicados. «Mi angustia era que no podía avisar a la familia de que estábamos bien. El martes por la mañana un chico -Jaume- dijo que se iba hacia Caimari y le di el teléfono de mi madre para que le avisara de que estábamos a salvo. Se lo agradezco mucho». Los agradecimientos de Isabel y su familia se extienden también al personal del santuario, «Toni y recepcionistas», «a las familias que nos ayudaron», «al señor de Protección Civil» y a la Guardia Civil que nos ayudó a bajar hasta Inca el martes por la tarde».

Isabel lo dejará todo negro sobre blanco en el diario que escribe desde que nacieron sus hijos.