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Entrevista Experto en turismo, investigador postdoctoral en la UIB y miembro de Alba Sud

Ernest Cañada: «El turismo tiende al elitismo, pero no hay ricos para todos»

El investigador postdoctoral de la UIB y miembro fundador de Alba Sud analiza los retos de la transición económica en Mallorca

El investigador postdoctoral de la UIB, Ernest Cañada, ayer en Palma, junto al Estudi General Lul·lià. | MANU MIELNIEZUK

Las que limpian los hoteles. Después, las que li. Y más tarde, las ‘kelly’. Un juego de palabras para un colectivo que encarna la máxima expresión de la precariedad. Las que limpian los hoteles también fue el título del libro que en 2015 publicó Ernest Cañada, un dedo acusador para el sector turístico que dio voz a un gremio hasta entonces débil frente a los hoteleros. El investigador de la UIB y miembro fundador de Alba Sud analiza el turismo desde perspectivas críticas, explora alternativas al desarrollo turístico y estudia los retos de la transición económica en Mallorca, cuestión que centró ayer su conferencia en el Estudi General Lul·lià en Palma, organizada por el Fòrum de la Societat Civil.

¿Mallorca se convertiría en Detroit si desapareciera el turismo?

El problema no es el turismo. Mallorca necesita turismo, pero también necesita industria o agricultura. Hay que apostar por una economía más diversificada, porque de otro modo el riesgo es acabar con un empobrecimiento enorme cuando cae la actividad principal. Es lo que ejemplifica el símil de Detroit. Con el agravante de que este turismo tampoco nos garantiza unas mejores condiciones de vida. Tener más del 40% del PIB en un solo sector, no hacer nada para revertirlo y seguir hipotecando recursos públicos en lo mismo es cavar nuestra propia tumba.

¿Qué ha cambiado después de dos años de pandemia?

El cambio tiene que ver con una dualización de la actividad turística. Por un lado la tendencia hacia la elitización: viajarán mucho los que tienen más recursos, y los territorios entrarán en una especie de competencia por este segmento de mercado. Pero es muy reducido. No hay ricos para todos. La otra tendencia son los que cada vez menos se podrán permitir unas vacaciones. Las estadísticas de la Unión Europea dicen que el 28% de la población no tiene capacidad económica para pasar una semana de viaje. Esto solo demuestra que la crisis ha agravado la desigualdad.

Si no podemos competir por los ricos, ¿a qué segmento de mercado hay que atraer?

Lo que nos interesa, en términos de comportamiento de ocio, es fortalecer el turismo de proximidad. Esto tiene un potencial enorme respecto a la reducción de la huella ecológica. Sin embargo, también genera problemas, como la masificación de los espacios. Este reto pasa por impulsar también el turismo social, mejorar el acceso a áreas naturales protegidas, y que la respuesta a la saturación no solo sea el ‘quien paga, entra’. Hay que reorganizar nuestras ciudades y poner en el centro los intereses de la mayoría para dejar de pensar en políticas turísticas que solo benefician a unos pocos.

Ni ricos, ni de proximidad. ¿Qué tipo de turismo necesitamos?

Un turismo que sea más respetuoso con el entorno y que permita la cohesión de usos, es decir, que coexista con otro tipo de actividades. Pero el problema real está en la cantidad. Tenemos tanto, que provoca la masificación, el desplazamiento de la población, el encarecimiento de los precios... Para buscar un buen turismo hay que reducir su peso. Si no, seguiremos hipotecando recursos de todos para el beneficio de unos pocos.

¿Le parece bien, entonces, que el Port de Palma sea el primero en limitar el número de cruceros?

El límite se ha quedado corto... y habrá que ver si se cumple. El problema de las limitaciones es el riesgo de decrecer sobre la base de elitizar. De esta forma se apuesta por el segmento de mayor poder adquisitivo, y cuidado que eso no termine hundiéndonos.

Entonces, la solución tampoco pasa por poner límites.

Por supuesto que sí, pero no en términos de volumen, sino de recursos. El consumo de los sectores de mayor poder adquisitivo —que no necesariamente son turismo de calidad, aunque a veces se confundan— es mucho más elevado que el de los ciudadanos medios. También es importante que el beneficio se redistribuya en forma de retorno social para la mayoría.

¿Los objetivos sociales de la ley turística se han quedado cortos?

No hay que despreciarlos en absoluto, hay avances que celebramos, pero son insuficientes. El problema de las ‘kellys’ no se resuelve solo con camas elevables. Hay que luchar por mejores salarios y condiciones contractuales, y sobre todo, por regular las cargas de trabajo. Es un escándalo moral inasumible que las empleadas esenciales de la principal industria se tengan que medicar para aguantar su jornada laboral. Por otro lado, vamos a estar pagando con dinero público la renovación de los hoteles, cuando tendría que ser una obligación de la empresa.

Precisamente la ley turística contempla un estudio sobre las cargas de trabajo.

No basta, hay que incidir mucho más... Necesitamos más inspecciones de trabajo para fortalecer el control de abusos e irregularidades. Las malas prácticas en turismo están muy extendidas.

¿Las ‘kellys’ son la punta del iceberg?

Sí, sin duda, son la cara visible de un problema generalizado en el turismo. Trabajadores de recepción, azafatas, cocineros, e incluso ‘riders’, que ya forman parte de este ecosistema, tienen condiciones muy precarias. En este sector, el malestar se ha extendido y muchos empleados están huyendo a por otras salidas, y se ha visto esta temporada con las dificultades para encontrar personal. Hay que dignificar el trabajo, aunque eso implique menos beneficios.

¿Confía en el discurso de sostenibilidad de las navieras?

Las palabras, igual que las promesas, a veces no dicen nada. Hemos usado tanto lo de la sostenibilidad, la responsabilidad, la inclusión... Hay que discutir por las prácticas, no por los objetivos. No me venga a hablar de responsabilidad cuando una camarera de pisos tiene que medicarse para hacer su trabajo, eso es moralmente inasumible.

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