OPINIÓN
Todo pasa aquí, y no es casualidad
Con dos centenares de casos de la hepatitis aguda infantil en el mundo entero, la probabilidad de un enfermo en Mallorca era despreciable. Por tanto, ya se ha producido, y ha reproducido la ley de que todo pasa en la isla. No se trata de una maldición ni de una casualidad, sino de un índice adicional del flujo incesante de personas que no son de aquí ni son de allá.
Dos años atrás, el primer residente en España contagiado del coronavirus vivía en Marratxí. Tampoco era cuestión azarosa, porque el súbdito inglés había pasado por una estación alpina francesa adonde el virus había volado desde Singapur, vía un congreso empresarial con representantes chinos. Intente reproducir esta constelación de interacciones en otra provincia española.
Para disolver cualquier tentación de coincidencia, hay que remontarse a principios de los ochenta. Eivissa fue la geografía española más castigada inicialmente por una epidemia probablemente vírica, que los médicos no acertaban a encuadrar y que hoy conocemos como sida. De nuevo, el primer fallecido a raíz del síndrome fue un mallorquín de quien no deben adjuntarse más datos, porque su identidad ya causó algún sobresalto judicial.
Desde hace cuarenta años, Mallorca se anticipa en las enfermedades de la promiscuidad y el cosmopolitismo. Según el consenso de la salud pública, la concentración y traslación demográfica les garantiza un excelente futuro, aquí y allá.
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