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La covid no ha frenado el calentamiento global

El incremento de CO2 ha seguido creciendo al mismo ritmo

Vista desde el observatorio Fabra de emisiones de gases procedentes de un área industrial en Barcelona. ALFONS PUERTAS

La pandemia de covid-19 ha frenado muchas de las actividades humanas y ha interferido en nuestra vida de manera notable, pero hay un elemento que ni el virus ha podido ralentizar y es el ritmo de calentamiento inducido por el hombre.

El calentamiento se debe al efecto invernadero. Hay una serie de gases en nuestra atmósfera como el vapor de agua, el ozono, metano y el famoso dióxido de carbono que absorben la radiación infrarroja y la vuelven a emitir hacia la tierra. Si no fuera por la presencia de estos gases, la vida en el planeta azul sería prácticamente imposible con temperaturas muy por debajo de cero grados incluso en latitudes ecuatoriales. Por tanto y hasta un cierto nivel, los gases de efecto invernadero son necesarios y beneficiosos. El problema, como casi siempre, viene de los excesos.

Desde la era preindustrial las actividades antrópicas asociadas a la quema de combustibles fósiles han supuesto emisiones de ingentes cantidades de gases de efecto invernadero siendo el dióxido de carbono el más conocido. Para medir dicho incremento se han instalado sensores en zonas alejadas de la actividad humana para observar las tendencias de subida sin las interferencias provocadas por grandes ciudades o zonas industriales. El resultado es una medición más representativa de los procesos de mezcla de la atmósfera.

Uno de estos observatorios es el de Mauna Loa en Hawai. La gráfica en esta estación muestra un ascenso imparable en las concentraciones de CO2 desde principios del siglo XIX. Antes de la era industrial dicho nivel rondaba los 280 ppm (partículas por millón) y desde el 2015 superamos los 410 ppm. El pasado febrero se midió un récord de 417 ppm. Esto supone un dato alarmante puesto que desde 1990 el aumento de la capacidad atmosférica de almacenar calor se atribuye en más de un 60% a este gas (NOAA).

Concentración de dióxido de carbono en el observatorio de Mauna Loa, Hawai

Durante la pandemia la mayoría de actividades humanas sufrieron un parón. Esto incluye la aviación, el tráfico rodado y marítimo y la industria. Como resultado el aire de nuestras ciudades se limpió y la calidad del mismo mejoró de manera importante. Pese a ello, este respiro no ha tenido efecto alguno en el incremento de dióxido de carbono a nivel global que ha seguido creciendo a un ritmo similar respecto a antes de la pandemia. ¿Cómo es esto posible?

Imagina una persona que ha fumado tres a cuatro cajas de cigarrillos durante 40 años. Si esta persona decide dejar de fumar por dos semanas no va a notar al 100% todos los efectos de mejoría hasta transcurridos varios años. Lo mismo le ocurre al sistema climático. Hemos introducido tantos gases de efecto invernadero en la atmósfera que necesitaríamos décadas de remisión para empezar a ver una curva descendente en el ritmo de calentamiento global. En su lugar, los acuerdos del protocolo de París pretenden frenar/ralentizar el calentamiento haciendo recortes en las emisiones con el fin de evitar el peor escenario posible: el punto de no retorno.

El sistema climático con el fin de autorregularse trata de compensar el exceso de emisiones contaminantes de muchas maneras. Una de ellas es que los océanos almacenan enormes cantidades de dióxido de carbono. Esto provoca la acidificación de las aguas y la subida del nivel del mar y de la temperatura. Los diversos escenarios de calentamiento propuestos por los modelos climáticos dependerán de cómo las grandes masas de agua terrestres gestionen este superávit de dióxido de carbono. En cualquier caso esto no es una solución a medio plazo, es como pensar que el cuarto está recogido porque hemos metido la ropa sucia en el armario.

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