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Opinión

Los políticos saben mucho de virus | Por Matías Vallés

El milanés Alberto Mantovani es uno de los inmunólogos más famosos del planeta, y acaba de declarar que el primer misterio del coronavirus es por qué se ensaña con algunas personas y no con otras. Cuando se le pregunta al príncipe de los intensivistas mallorquines por qué unos pacientes de la covid están tranquilamente en sus casas, mientras otros se hallan ingresados en su UCI, se limita a responder con un encogimiento de hombros.

Frente a la humildad de la Medicina, qué honda sabiduría epidemiológica transmiten los políticos que menospreciaron la pandemia antes de saltarse sus propias normas. Francina Armengol se muestra impetuosa para disimular que la única estrategia es confiar en un milagro de Pascua en todo el mundo, y que su desescalada equivale a sacar al santo en procesión.

Armengol se encela en los 50 casos por cien mil como si pudiera lograrlos en un tuercebrazos, imitada ayer mismo por la presidenta menorquina Susana Mora. Ambas ignoran que ese índice impuesto arbitrariamente por Alemania ya ha sido abandonado por Angela Merkel, que ahora lo cifra en 35 quincenales tan caprichosos como los anteriores.

Autorizar la entrada en los gimnasios de puntillas, con una regulación más alambicada que un partido de béisbol, olvida que con esas normas se deberían cerrar las escuelas. Y la apertura de colegios, más importante para multiplicar los casos de la tercera ola que las Navidades, ha sido fundamental también para preservar la salud mental de la población.

Tantos años criticando a los políticos, y se han hecho epidemiólogos en un abrir y sobre todo cerrar de ojos. Están tan concentrados en su nueva ciencia, que se han despistado de los únicos objetivos que les corresponden. Dónde diablos están las vacunas, y quién demonios controlará la inmunidad en Son Sant Joan, en cuanto llegue más de un avión por hora.

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