¿Ha pasado la covid una factura mental a los más pequeños? Sí, y una muy abultada, responde Isabel Flórez, directora del Instituto Balear para la Salud Mental de la Infancia y de la Adolescencia (IBSMIA) de Son Espases.

Así, la responsable de este dispositivo asistencial habla de que el confinamiento ha provocado en un 80% de los niños «situaciones de tristeza, enfados, miedos, manías, regresiones como tener que volver a dormir con sus padres y otra serie de síntomas inesperados que surgen en situaciones de estrés», enumera la directora.

El Instituto que dirige organiza anualmente, con motivo del día mundial de la salud mental cuya efeméride se cumplió el pasado sábado día 10 de octubre, una exposición pictórica cuyos autores son los menores que acuden regularmente al hospital de día a tratarse trastornos mentales. 

En la que se expuso ayer en uno de los largos pasillos del hospital han participado 12 niños de entre 12 y 16 años, detalla. Este año, huelga decir cuál ha sido la temática.

«La idea era que reflejasen cómo se sienten con la máscara. Y la verdad es que los dibujos han sido bastante poco expresivos. Son muy estáticos. En general, todo el mundo lleva una máscara actualmente y expresamos poco nuestros sentimientos. Y es fundamental hablar de lo que hay detrás de la máscara, de cómo te sientes», aconseja la especialista.

Trastornos alimentarios

Diferencia la directora del IBSMIA de las consecuencias mentales del confinamiento entre los más pequeños, de los trastornos reales con los que se han encontrado tras el mismo. «Nos ha llamado mucho la atención el considerable aumento de los casos de trastornos de la conducta alimentaria. Y que además se han manifestado de forma más grave», sin descartar que estos trastornos, aunque han llegado a las consultas de Son Espases cuando estas se estaban recuperando, tengan su origen en los meses más duros de la pandemia.

«Han llegado muy delgados», apunta insinuando que el trastorno fuera de larga evolución, «y han protagonizado la mayoría de los ingresos en Psiquiatría infantil. Hemos visto casos más graves de trastornos alimentarios que además han necesitado de más ingresos hospitalarios que hace un año», subraya.

También han notado una mayor demanda en los servicios de urgencias de usuarios pediátricos con trastornos del espectro autista, pacientes que explica Flórez precisan llevar una vida muy ordenada y reglada, circunstancia totalmente incompatible por la inédita situación que todo el mundo se ha visto obligado a afrontar en estos meses de confinamientos, desescaladas e imposición de nuevas restricciones. «Para ellos los cambios son muy dificultosos, les cuesta mucho afrontarlos y eso les pone más nerviosos», revela.

Otros de los más afectados psiquícamente por esta pandemia han sido los menores con discapacidad intelectual a los que, prosigue la doctora Flórez, les cuesta entender las motivaciones que obligan a confinarse, a llevar mascarilla por la calle o a no poder visitar a sus abuelos.

Pero el problema persiste. Tras una devastadora segunda oleada, se anuncia una tercera. La incertidumbre vuelve a imponerse sobre la normalidad y las rutinas. Y eso lleva aparejados más trastornos depresivos y nuevos motivos de ansiedad entre los más pequeños. Así, la especialista augura más crisis y, por ejemplo, prevé que se incrementarán los trastornos obsesivos que les lleven a una excesiva higiene de manos o de las medidas de seguridad que machaconamente les repiten unos progenitores también asustados.

«Con el retorno a la nueva normalidad pueden aparecer también ansiedades de separación que les hacen muy cuesta arriba separarse de sus padres o episodios de ansiedad por el retorno», señala aludiendo a aquellos niños a los que, por diversas circunstancias, les cuesta mucho la vuelta al cole, una cuesta arriba que puede empinarse aún más por esta situación tan inédita como impredecible.

Situaciones de alarma

¿Cómo podemos saber si nuestros hijos están padeciendo de forma excesiva por esta situación? La especialista al frente del IBSMIA aporta algunas claves. «Habría que empezar a preocuparse si les ves más tristes, más aburridos, más irritables o más susceptibles. Si empiezan a tener problemas para conciliar el sueño o vuelven viejos miedos ya superados. O si percibes que les cuesta salir de casa», apunta Flórez.

El mejor tratamiento en estos casos es, continúa, «crear un espacio de comunicación con ellos. Intentar poner en palabras lo que al niño le preocupa, algo que no siempre se hace», advierte desvinculando este espacio de comunicación al que alude de los meros formulismos de preguntarle cómo se encuentra o qué le pasa ante una actitud inhabitual.

«También hay que intentar mantener las rutinas y los hábitos y controlar, para evitarlo, un excesivo uso de las pantallas en una situación tan propicia para el abuso como son las clases telemáticas no presenciales. Y aquí también es fundamental que los padres prediquen con el ejemplo no estando todo el día enganchados de sus móviles», concluye con firmeza.