"El avión cayó al vacío 20 segundos. Notas cómo caes. La sensación de estar cayendo en pleno vuelo es totalmente real. Mi hijo estaba durmiendo a mi lado con la cabeza reposada en mi hombro y pegó un grito de pánico. Salió volando hacia el techo del avión. Lo sujeté, lo bajé, lo senté en su asiento y le abroché el cinturón. Despertó en pánico. Él me preguntó '¿estamos cayendo?, ¿vamos a morir?', y yo le dije 'no, para nada'. Yo era muy consciente de lo que estaba pasando. Me asusté al principio, pero enseguida tuve una percepción clara de que todo iba a ir bien. Escuché a mucha gente gritar y sollozar, de detrás escuché a los pasajeros caer. En la parte de atrás hubo muchos gritos. Mi hijo, de 17 años, se tranquilizó bastante porque él hacía meditación y empezó a respirar y así se calmó. A mi lado, vi a una azafata temblando y le dije 'yo no soy médico, pero soy psicóloga y puedo ayudar, puedo atender a los pasajeros con crisis de pánico, ansiedad y nerviosismo'. La azafata me respondió que sí, muy agradecida". Mariona Ribas, psicóloga mallorquina, viajaba en el Airbus A330 operado por la compañía Evelop que sufrió una inesperada pérdida de altura de unos 300 metros durante el trayecto de Isla Mauricio a Madrid el pasado 20 de agosto. El accidentado vuelo, que se saldó con una quincena de heridos, la mayoría con contusiones leves, se vio sorprendido por una turbulencia severa a gran altitud provocada por fuertes corrientes de viento o una bolsa de aire.

Ribas volvía de vacaciones con su hijo, que está a punto de cumplir 18 años. Ambos son mallorquines. La psicóloga intervino, junto con tres médicos y las azafatas, para auxiliar al pasaje. "Mi temor era que el pánico se contagiara a bordo. Aún nos quedaban siete horas de viaje", aclara desde su consulta en la calle General Riera, en Palma.

"Pudo haber habido un motín, el piloto falló en los dos comunicados que hizo. En ningún momento dio un mensaje de tranquilidad ni informó bien de lo ocurrido. Eso indignó más a la gente. En cambio, las azafatas hicieron un gran trabajo, fue espectacular. Y eso que tenían a dos compañeras heridas que no pudieron seguir trabajando. Dijeron que llevaban 20 años volando y que nunca habían vivido esta situación. Ellas calmaron a los pasajeros", subraya la psicóloga.

Mariona Ribas había pasado una semana en Isla Mauricio. "Ese día nos levantamos a las cuatro de la madrugada (hora local), el vuelo salía a las 9,20 horas, el hotel estaba alejado y las carreteras de allí no son de lo mejor. Íbamos con la compañía chárter Evelop, nunca la había cogido y eso que he viajado mucho. El vuelo a Madrid era de once horas y media de duración. El avión salió puntual, a la hora prevista. Después de cuatro horas, me fijé que estábamos sobrevolando África, cerca de Etiopía. Yo estaba despierta con el cinturón abrochado. Mi hijo dormía con la cabeza apoyada sobre mi hombro. Él tenía el cinturón por encima pero sin abrochar. Mucha gente dormía a esa hora", detalla la psicóloga, con 20 años de experiencia.

"De repente, el avión hizo dos bajadas muy seguidas, una muy corta y otra muy larga. Tú notas como estás cayendo al vacío. Mi hijo pasó de estar completamente dormido a pegar un salto y volar hacia el techo del avión. Pegó un grito. Yo sabía que todo iba a ir bien, fue una sensación corporal. Creo que estuvimos cayendo bastantes metros porque fue muy largo. Caímos al vacío sentados, como si fuera una atracción. Otra gente salió despedida hacia arriba, hacia el techo de la aeronave. Luego, el avión ya se estabilizó. Mi hijo se tranquilizó realizando respiraciones", recuerda Ribas.

"El piloto tardó mucho en hacer un comunicado. Había azafatas heridas. Una de ellas se hizo bastante daño porque estaba de pie cuando el avión cayó. Otra, que estaba a mi lado, temblaba y tenía mucha ansiedad. Estaban muy asustadas. Al final, una azafata dijo que no sabía qué había ocurrido, que esperaban noticias de cabina y pidió pasajeros médicos para ayudar a los heridos", añade Mariona.

"Hubo zonas del avión que se rompieron debido a los golpes que dieron los pasajeros con sus cabezas. La gente presentaba contusiones, brechas en la cabeza, alguna luxación... Me ofrecí como psicóloga a una azafata y le dije que me iría paseando por el pasillo e iría hablando con quien lo necesitara y así me lo comunicara. Primero, me dirigí a las personas que conocía del viaje al haber realizado excursiones y coincidir con ellas en el hotel. Algunos estaban heridos. En ese momento, los únicos que estábamos de pie éramos tres médicos, las azafatas y yo. Todavía nos quedaban siete horas de viaje", señala la mujer, sin poder olvidar el vuelo EVE-838.

"La gente fue respondiendo bien, cada uno a su manera. Me encontré con una mujer que tenía pánico a volar desde antes, siempre volaba medicada hasta que fue a terapia y aprendió a manejar la ansiedad. Me dijo 'yo me pongo la película más gore que encuentro en el avión y así evito pensar'. Yo le contesté 'me parece un recurso genial y es un buen consejo para otros pasajeros'. Ella estaba más o menos tranquila", apunta Ribas.

"A los diez minutos el piloto hizo una primera comunicación que indignó al pasaje. El comandante indicó que habíamos pasado una turbulencia, que los indicadores del cinturón de seguridad estaban encendidos y que nos mantuviéramos con los cinturones abrochados. Y ya está. Yo no me lo podía creer, no daba crédito. No hubo ningún mensaje de calma ni información. Al ver que no aterrizaba, dimos por hecho que el avión estaba bien. El fallo más grande fue la falta de información y de dar tranquilidad a los pasajeros. La gente decía que aquello no era una turbulencia, que era algo fuera de lo normal. Yo estoy segura de que nuestros indicadores del cinturón no estaban encendidos porque estaba despierta. Otros viajeros también lo vieron. Uno de ellos acababa de volver del baño, por tanto, las luces estaban apagadas", insiste la psicóloga.

"Estuve con una pareja que él resultó herido al chocar contra el techo del avión, se hizo una brecha en la cabeza y su mujer voló también y luego cayó mal y sufrió una luxación en el coxis. Otro pasajero me dijo que había cogido un objeto personal por si nos moríamos para que sus familiares le pudieran reconocer enseguida. Le dije 'no nos vamos a morir, me parece un detalle muy cariñoso por tu parte hacia tu familia' y luego empezamos a reír los dos. Hubo una adolescente que dormía sobre tres sillas y se asustó mucho porque en ese momento estaba sola. Empezó a llorar y a llorar, hasta que su madre pudo acercarse, la abrazó y la calmó", recuerda Ribas. Otro pasajero reaccionó agresivo porque la mujer de delante empezó a gritar 'nos vamos a morir, nos vamos a morir'. Se puso nervioso y le dijo 'que te calles', según la testigo. "Le dije que se calmara, que ella había expresado así el miedo. Le hice entender que cada uno tenemos una manera de sacar el pánico. Y se tranquilizó. Su mujer lo había cogido y lo había bajado al asiento al salir despedido también hacia arriba", puntualiza la psicóloga.

El Airbus A330 iba prácticamente lleno. La mayoría eran turistas españoles. El vuelo, al no haber más turbulencias, prosiguió su ruta sin más incidencias. Antes de aterrizar en Madrid a la hora prevista, las 19,15 horas, el piloto realizó una segunda comunicación. "Nos dijo que estábamos llegando, que nos desviaban a otra pista por la emergencia, que nos quedáramos dentro del avión porque iban a entrar los sanitarios del SAMU y que esperaba que volviéramos a volar en la compañía en un vuelo más normal. La gente aplaudió, otros gritaron, había mucha indignación. Le faltó tener un poco de sentido común. Los pilotos deberían estar preparados para comunicar bien en estas situaciones de emergencia para tranquilizar e informar a los pasajeros", subraya Mariona Ribas.

"Cada uno tiene una forma diferente y un tiempo distinto para asimilar lo que ha vivido. Te puede salir el shock al cabo de varios días. Lo importante es normalizar cualquier expresión que surja, miedo, enfado, lloro... Y no intentar controlar los síntomas y las emociones, hay que dejar que salga, que salga la ansiedad. Y una cosa también muy importante es evitar sacar conclusiones precipitadas cuando aún no lo has asimilado. Por ejemplo, 'nunca volveré a Isla Mauricio o tardaré mucho en volar'. No hay que evitar próximos vuelos. Poco después, mi hijo y yo teníamos otro vuelo de Madrid a Palma para llegar a casa. Él me preguntó si teníamos que coger otro avión. Y yo le dije 'claro que sí'. Lo peor es evitarlo. Hay que coger otro vuelo y normalizar la situación", concluye la psicóloga.

Al sía siguiente, la compañía aérea envió un comunicado, que volvió a indignar a muchos pasajeros. "Yo me quedo con la tranquilidad con la que reaccioné, la solidaridad entre la gente, que se ayudaron unos a otros y cada uno expresó el pánico a su manera, pero encontró sus recursos para estar bien el resto del vuelo. Y lo peor fue la falta de comunicación del piloto. Es fundamental que los pilotos se formen en comunicar en situaciones de pánico", resume Ribas.