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Opinión

Dios o los mercados dirán

Dios o los mercados dirán

Los expertos en economía tienen un porcentaje de acierto en sus predicciones que ronda el 50%. Mejora en un modesto 5% las lecturas del futuro de los adivinos provistos de bola de cristal, cartas del tarot o posos de café.

El mantra de que los inmuebles nunca se devalúan lo repetían desde los directores de las oficinas bancarias, mientras endosaban una hipoteca al 12% a sus clientes, hasta los ministros, orgullosos de que España fuera una potencia mundial en construcción por encima de Alemania, Francia y Reino Unido juntos. La tesis aguantó hasta que llegó la crisis de 2008 y la bonanza económica se fue al garete. Las casas perdieron valor, los hipotecados no pudieron sacarlas al mercado a un precio que permitiera cubrir el importe del préstamo y miles de españoles se quedaron sin casa y endeudados.

La consultora CBRE pronostica que en Balears los precios de la vivienda crecen y seguirán creciendo en porcentajes que rondan los dos dígitos. Con esta previsión pueden ocurrir dos cosas: la primera es que sea certera y que la burbuja inmobiliaria continúe inflándose; la segunda es que los expertos se equivoquen y las flechas de los gráficos apunten hacia abajo. En ambos casos tenemos un problema.

Si los precios continúan disparados, si los extranjeros siguen comprando de forma casi compulsiva, los mallorquines de toda la vida o recién llegados serán expulsados de sus hogares. Algunos potenciales compradores sondean el mercado isleño con la intención de trasladarse al paraíso que Gertrude Stein descubrió a Robert Graves. Otros lo hacen para especular. Solo así se explica que fondos de inversión de medio mundo compren edificios, a veces ruinosos, desde el casco antiguo de Palma a Sant Agustí; desde Santa Catalina a s'Arenal. Con la dinámica actual, Mallorca será una isla sin corazón ni tradición. Una tierra que, aunque creamos haber hecho el negocio de nuestras vidas, habrá sido liquidada a precio de ganga.

La otra posibilidad es que la consultora CBRE yerre en sus análisis. En este caso nos encontraremos con unos fondos de inversión cuya rentabilidad se irá al traste en perjuicio de las personas que les han confiado sus ahorros para disfrutar de una plácida jubilación. Tendremos mallorquines con problemas porque redondean sus bajos salarios y sus ínfimas pensiones alquilando las casas de los abuelos a Airbnb o a las legiones de trabajadores que llegan cada año para saciar el hambre de mano de obra de la isla. Volverán, como en 2008, los hipotecados forzados a vender a precio de saldo las viviendas que unos años antes se revalorizaban por encima del 10%.

Nuestra economía es solvente hoy mismo. Mañana... Dios o los mercados dirán. Lo que resulta evidente es que los aumentos desorbitados de los precios de compraventa o alquiler son una buena noticia para los especuladores, pero no para los ciudadanos que aspiran a llegar a fin de mes con cierta holgura.

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