Si los barracones son un síntoma orgulloso de la geografía con mayor riqueza turística del planeta, es una vergüenza que se restringa su disfrute a unos cuantos privilegiados. Solo diez mil alumnos podrán beneficiarse en Balears de un aula prefabricada, lo cual arrastra a los restantes escolares a la condición de proscritos.
Por el bien de una educación en igualdad, hay que reclamar barracones para todos, una democratización de los contenedores que transforman la rutina escolar en una aventura inolvidable. La esencia del verano mallorquín ha evolucionado del restaurante al chiringuito, el equivalente de las eufemísticas aulas prefabricadas que deben imponerse como recinto escolar.
Resulta intolerable que la escuela concertada, en cuanto receptora a manos llenas de fondos públicos y privados, no disponga de un centenar de barracones de hojalata donde atender a sus alumnos, confinados en antiquísimos edificios de piedra que suponen un agravio comparativo para su alumnado.
La generalización de las aulas modulares, otro eufemismo del contenedor de alumnos, tampoco puede circunscribirse a los niños aunque sean los reyes de la creación. Una decidida política de vivienda debería aportar barracones a los trabajadores, que gimotean porque no hallan piso a precio asequible.
El conseller de barracones presume de haber alcanzado la cifra de estabulamiento del PP. Si se trataba de empatar con un partido liderado por Pablo Casado, tal vez era innecesario llegar al extremo de un Pacto de Progreso que, al ritmo actual, suprimirá los chiringuitos en medio siglo. A propósito, ¿cuántos hijos de altos cargos del Govern estudian en contenedores?
Los barracones miden la diferencia entre discutir si el Pacto iguala al PP, o si es lo peor descontando al PP. En cuanto al sacrosanto argumento de los recién llegados, sin duda satisfará a los condenados a barracones tras medio siglo de pagar impuestos en Mallorca.
