Ocho miembros de una familia viven angustiados por la amenaza de un desahucio inminente. Ramón Santiago, Eva Cortés, sus cuatro hijos y dos nietos deberán abandonar el piso en el que viven de alquiler en sa Cabaneta el próximo día 29. Es la fecha fijada por el juzgado para dar cumplimiento a la demanda presentada por un banco, propietario del inmueble, después de que los inquilinos acumularan impagos del alquiler por valor de más de cinco mil euros.

"Asumimos que debemos mucho dinero, pero es que no hay alquileres asequibles. Hemos buscado mucho, pero todos son a partir de mil euros y no podemos pagar tanto. Es una locura. Mi marido y yo no podemos trabajar por una discapacidad, necesitamos ayuda", ruega Cortés, desesperada porque la fecha del desahucio se aproxima y no tienen plan B.

La familia vive en el inmueble desde 2013, cuando se lo alquilaron por 360 euros mensuales a una mujer que se hizo pasar por la propietaria. Poco después de instalarse llegó una orden de desahucio a instancias del banco y la constatación de que habían sido engañados. "Le dimos 1.080 euros por los tres primeros meses de alquiler y desapareció", recuerda Santiago. Finalmente el banco claudicó. Retiró la demanda y otorgó a la familia un alquiler social por la misma cantidad, 360 euros, más 80 por la comunidad.

"Desde entonces pagamos todos los meses hasta que no pudimos seguir. Teníamos puestos en varios mercadillos y los perdimos todos por la crisis. El Ayuntamiento de Marratxí me ofreció un trabajo de barrendero. Estuve seis meses, con la mala suerte de que me caí, me hice daño en la rodilla y me tuvieron que operar. Desde entonces todo fue a peor. Empezamos a tener muchas dificultades para sobrevivir y tuvimos que dejar de pagar el alquiler", explica Santiago.

En el piso viven el matrimonio, dos hijas de 30 y 20 años, ambas madres solteras, y dos hijos de 17 y 9 años. Los dos nietos tienen 10 años y 9 meses. Una familia extensa que se ve en la calle en menos de dos semanas.

En marzo llegó una primera orden de desahucio. "La trabajadora social hizo un escrito pidiendo una prórroga para que al menos los niños pudieran terminar el colegio. El juez la concedió y aplazó el desahucio al día 29, pero lo que nosotros necesitamos es ayuda. Podríamos pagar si el banco bajara la renta de 360 euros, eso es mucho para ser un alquiler social", reclama Santiago.

La deuda con el banco supera a día de hoy los siete mil euros. El Ayuntamiento de Marratxí ofreció a la familia una ayuda de 2.000 euros. Ellos creen que podrían reunir algo más de mil, y se comprometen a pagar cada mes un alquiler asequible gracias a lo que una hija ingresa de un puesto en el mercado de Pere Garau y a lo que Cortés obtiene vendiendo artesanía por las noches en Platja de Palma.

"Estoy enferma, tomándome pastillas para la depresión y para poder dormir. Estamos muy angustiados y ya he tenido que ir dos veces a urgencias por ataques de ansiedad. En el IBAVI nos dicen que hay gente en lista de espera que están peor que nosotros. ¿Cómo es posible? En dos semanas nos quedamos en la calle ocho personas, incluyendo tres niños y un bebé de dos meses. ¿Quién puede estar peor?", se pregunta Cortés.

Encontrar un alquiler asequible en plena burbuja y a las puertas del verano es una utopía. Casi tanto como encontrar un trabajo que les alivie. "Mi mujer tiene una minusvalía del 35% y yo tengo tres hernias en la espalda y una lesión en la rodilla mal. Me han denegado la incapacidad permanente y lo he denunciado ante lo Social, pero va para largo y no tenemos tiempo", cuenta Santiago

Sobrevuela el fantasma de la dispersión familiar. "Eso no lo vamos a consentir, vamos a seguir todos juntos aunque tengamos que dormir los ocho en un coche. Nadie puede obligarnos a que nos separemos, prefiero morirme antes que eso", zanja.

La familia mantiene la esperanza en que el banco finalmente les conceda una prórroga porque, dicen, no quieren okupar ilegalmente este u otro piso. "Ves pisos de tres habitaciones, que es lo que necesitamos como mínimo, a partir de mil euros. ¿Solución? Meternos en un piso de patada. No somos así, no queremos hacerlo. Esa es la última alternativa. Pero si no, ¿qué hacemos?", pregunta angustiado Santiago.