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Opinión

Mezquitas

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Hace muchos, muchísimos años, conocí en Nueva York a la cuñada del profesor español en el exilio Ángel del Río. La señora era muy religiosa pero a su manera: iba cada semana a un templo distinto, y no me refiero a una iglesia diferente dentro de las católicas o de las protestantes, sino a lugares de culto de todos los credos que contaban con fieles en la Gran Manzana. Yo la acompañé en una ocasión -tocado de sombrero- a la sinagoga, por aquello de la curiosidad, aunque, claro es, no pudimos estar juntos durante la ceremonia.

El mundo aquél me parecía propio de una novela de ciencia ficción, acostumbrado como estaba a una España católica a marchamartillo en la que apenas comenzaban a adoctrinar por las calles, de corbata y manga corta, los testigos de Jehová. Pero medio siglo después todo ha cambiado. Como cuenta hoy este diario, si nos alejamos de la fe cristiana existen 45 lugares destinados al culto en Mallorca. Y eso por lo que hace sólo a los musulmanes.

Ni que decir tiene que el interés mediático por el islam tiene muy poco que ver con cuestiones religiosas, salvo en un detalle. El que se refiere a la vertiente más radicalizada de la fe que predica la yihad, la guerra santa. Los atentados de Barcelona y Cambrils de la semana pasada han puesto sobre la mesa de nuevo y con toda su crudeza el problema que supone la confrontación de creencias, a años luz de aquél buenismo inútil de la alianza de civilizaciones que se sacó el presidente Zapatero de la manga.

Cuarenta y cinco lugares de culto, que no mezquitas, para una isla diminuta parecen muchos. Pero si tenemos en cuenta que hay en el archipiélago casi 25.000 marroquíes empadronados, el número sorprende menos. De esos vecinos del sur los habrá agnósticos y quizá también cristianos, pero la mayoría es probable que siga las enseñanzas del Corán. Lo que sucede es que éstas no son ni mucho menos monocordes. El enfrentamiento entre suníes y chiítas lo descubrimos -yo, al menos- cuando la guerra entre Irak e Irán. Ahora se hace público que los terroristas de Cataluña fueron adoctrinados en la secta musulmana Takfir Wal Hijra, una de las más extremas entre todas las del fundamentalismo islámico. Para poder llevar a cabo con mayor eficacia la guerra santa, los takfires renuncian a cualquier signo externo de identidad que los identifique con los preceptos coránicos: no lucen barbas ni túnicas, llevan calcetines, van a las discotecas, comen cerdo, alternan con mujeres y beben alcohol.

La cuestión estriba en saber cuántos de los lugares de culto musulmán de Mallorca, ya que hablamos de esta isla, se asocian con esa u otra de las versiones extremas y radicalizadas del Islam. Eso por lo que hace a la necesidad de combatir el terrorismo. Pero otro cáncer social, el de la islamofobia, crece impulsado por sucesos como los de Cataluña por más que la mayoría de la comunidad musulmana se manifieste en contra del terrorismo y predique la paz. El problema mayor estriba en que todas las religiones tienen su lado oscuro, cosa que ya sabíamos antes de que el vídeo patético del fundamentalista con nombre de torero, Al Qurtubí (el Cordobés), nos recordarse la inquisición. El otro buenismo, el de la unión de los demócratas en Barcelona, ha durado muy poco. Y respecto de la convivencia entre cristianos y musulmanes, la verdad es que no sabemos qué hacer.

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