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Opinión

Cuando el cuerpo falla

La metáfora que utiliza el reportaje comentado en esta columna es más que acertada. Nuestra isla puede ser vista como un cuerpo al que los órganos le fallan. Y tampoco se trata de exagerar en términos periodísticos la realidad existente; fue en realidad la ciencia de la ecología -no confundir, por favor, con los movimientos ecologistas- la que desarrolló el concepto de Capacidad de Carga para indicar el límite de población que todo territorio es capaz de soportar. Se trata de un concepto técnico, no político ni filosófico, que admite medidas y puede someterse a los mecanismos de falsación que caracterizan al método científico. Pues bien, si a cualquier territorio se le puede calificar desde ese punto de vista como un organismo con entidad única y separada para determinar la dinámica a la que se ve sometido de acuerdo con la población que alberga, ese concepto de unidad aislada que vive una historia propia queda aún más redondo cuando se trata de una isla con límites geográficos bien establecidos.

Vayamos con nuestro cuerpo, con esa piel, esos pulmones, esas otras vísceras cuya salud aborda hoy nuestro diario.

Que Mallorca está enferma es algo sobre lo que caben pocas dudas. Que la sobrepoblación es la culpable, sigue en la misma línea de evidencias. La piel de un organismo no se puede extender más allá de lo que permite el cuerpo. Y, al contrario de lo que le sucede a los seres vivos que, a costa de no pocos inconvenientes, engordan, las islas no cuentan con ese recurso. Los resultados son patentes y se miden en términos de contaminación, agobios, accidentes de tráfico, colapsos, escasez de recursos y generación desmedida de desperdicios, unas basuras que abundan por doquier.

Tampoco cabe dudar acerca del diagnóstico de la enfermedad que sufre Mallorca. Decía el doctor Marañón que no existen enfermedades; existen enfermos a los que las dolencias afectan de una manera individual y particular. Los fallos de Mallorca como cuerpo, como organismo, tienen su propio origen y es bien conocido. Se trata del turismo de masas, el modelo de desarrollo económico que decidió aplicar el Gobierno del generalísimo Franco en su día cuando, hacia la década de los años setenta, promovió el crecimiento desmesurado de población en tránsito de Mallorca, para cuyo servicio es necesaria otra población permanente también de gran calado. Qué duda cabe que otro tipo de turismo al que, por cierto, estaba ya acostumbrada la isla, habría sido mucho más conveniente. Pero las necesidades del régimen franquista de obtener divisas para poder desarrollar las industrias catalana y vasca llevaron al sacrificio de Mallorca y de Eivissa. Menorca se salvó por los pelos de lo peor del modelo desarrollista absurdo.

Echarle la culpa a la historia lejana sirve de muy poco: la enfermedad de Mallorca hay que abordarla ahora mismo. Porque, ya de entrada, el problema se está agravando en el último quinquenio. Que el turismo acelere su crecimiento mientras los recursos disminuyen de forma proporcional nos lleva a estar enfermos, e insisto que ese diagnóstico no depende de ideología alguna. Pero si el problema tiene un análisis técnico, la solución, no. Hay que entrar en remedios políticos, es decir, resulta necesario que el Govern se tome muy en serio lo que sucede. De no ser así, el modelo de la Capacidad de Carga deja muy claro lo que nos espera. El desastre.

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