La historia de Claudia Sosa Balle, una argentina nacida en Buenos Aires de madre mallorquina, de Sóller, concreta, y que mudó su residencia a Palma ya hace más de veinte años, es la historia de una mujer a la que el cambio de país, de dieta, de costumbres y, sobre todo, el hecho de dejar de fumar a las bravas, por fuerza de voluntad, le cambió radicalmente la vida.

"Fumaba desde los quince años y decidí dejar de hacerlo de repente, por fuerza de voluntad. Entonces tenía 27 años y nunca había sido obesa, era una mujer muy activa y amante del deporte. Al dejar de fumar, engordé 26 kilos en tan solo un año. Me casé y tuve dos hijos y, pese a que llevé bastante bien los embarazos, me vi de repente con treinta kilos más encima. Llegué a pesar unos 105 kilos", comienza el relato Claudia.

Intentó perder peso con mil dietas pero, en cuanto adelgazaba diez kilos, su organismo se descompensaba provocándole vahídos, desmayos e incluso ingresos hospitalarios por falta de potasio. Para su desesperación, en el año 2007, decidió colocarse un balón intragástrico (una técnica no quirúrgica y reversible que consiste en introducir un globo o balón de silicona en el estómago por vía endoscópica que luego se llena de suero o aire, limitando así la capacidad del estómago y provocando sensación de saciedad) artilugio que, tras llevarlo durante los preceptivos seis meses, solo consiguió que engordara medio kilo.

Claudia nunca ha sido una mujer inactiva. Empresaria, solo ha estado de baja por maternidad tras los alumbramientos de sus dos hijos. Se le acumuló el trabajo cuando, a sus labores habituales como ama de casa trabajadora se le sumaron el cuidado de sus dos progenitores. "Tuve que cuidar de mi madre, con cáncer y alzheimer, y de mi padre, un diabético que tuvo hasta siete paros cardiacos en un solo año. Y me olvidé de mí misma", confiesa.

Llegó a tener un índice de masa corporal (IMC) 56 o, lo que es lo mismo, la báscula indicaba que pesaba 130 kilos. "Me caía por todos los lados. Tenía el colesterol muy alto y apnea del sueño. Para dormir necesitaba tres almohadones y en verano, dos ventiladores pese a tener en marcha el aire acondicionado porque con ese peso no soportaba el calor. Empecé a tener el hígado graso y estuve a punto de comenzar a medicarme por diabetes de tipo II (no insulinodependiente). Asimismo, faltó poco para que el exceso de peso me llevara al quirófano para operarme las dos rodillas por falta de cartílago. ¡Para que luego digan que la obesidad no es una enfermedad!", se indigna todavía hoy, cuando parece haber superado esta pesadilla.

"¡Y que no digan que las personas obesas son dejadas o vagas! Al contrario, son mucho más fuertes. Tienen que diseñar estrategias cada día para levantarse, asearse o para llevar acciones tan simples como atarse los cordones. Además, es una enfermedad que te paraliza y te limita. No puedes usar faldas porque el rozamiento de los muslos te provoca llagas, solo vas a restaurantes que tengan asientos que puedan soportar tu peso. En más de una ocasión he roto una silla en un lugar público y es una experiencia que no le deseo a nadie. La gente te mira sin disimulo, lo que tiene que soportar un obeso en su día a día es tremendo. Tu autoestima está por los suelos", enumera Claudia alguno de los "inconvenientes" de estar gordo en una sociedad que no los tolera.

"Además, psicológicamente, la obesidad es muy invalidante. Pierdes los placeres. Yo, que estudié teatro y cine, dejé de ir porque no cabía en las butacas. Pierdes el gusto por viajar porque, en los aviones, tienes que pedir una extensión para poder atarte y los vuelos de larga distancia son un martirio", continúa.

Al poco de fallecer su padre, un día que caminaba por Bonaire tropezó con un bordillo y cayó al suelo. "Recuerdo que había una manifestación y un policía vino a ayudarme a levantarme y le dije que el solito no podría. Me tuvieron que ayudar tres personas. Esto me hizo reflexionar. Y comencé una terapia con una psicóloga. Antes, mi médico de cabecera, al que consulté sobre la posibilidad de operarme, me dijo que había una lista de espera de cuatro o cinco años. Y yo pensé que si tenía que aguardar ese tiempo, cogería otros 40 o 50 kilos más. Así que decidí operarme por la privada porque no podía caminar ni cien metros sin tener que detenerme. Me intervinieron en la Miramar. ¿El precio? Prefiero no revelarlo. Es caro, pero tu cuerpo es tu carrocería de por vida. El día de la intervención, el 28 de marzo de 2015, es mi nueva fecha de nacimiento", dice, convencida.

Diez días a batidos

El preoperatorio consistió en diez días sin comer, alimentándose exclusivamente de batidos, en los que perdió 9 kilos. Al quirófano llegó por tanto con 121 kilos y la intervención, mínimamente invasiva, fue un éxito. Le operaron un sábado y el martes ya estaba en su casa. "No tenía hambre, ni ansiedad, como si me hubieran hecho una lobotomía y me hubieran extirpado el ansia de comer compulsivamente de un plumazo", rememora sus primeras sensaciones tras la operación.

Ya en casa, la primera semana se alimentó de líquidos y los siguientes tres meses, con papillas. "Adelgazaba entre 3 y 4 kilos por semana y sin las descompensaciones anteriores. Al contrario, con una subidón de ánimo y con más energía que antes. En septiembre de ese mismo año, 6 meses después, ya pesaba 45 kilos menos y ese verano ya me pude poner el bikini e ir a la playa. Y seguí bajando. En total perdí 60 kilos", recuerda su hazaña.

Hoy, esta misma semana, Claudia es una persona normal que puede caminar por la calle sin sentirse escrutada por miradas reprobatorias, por lo que recomienda pasar por el quirófano a todas las personas a las que su exceso de peso les suponga un calvario como por el que pasó ella. "No es necesario pesar trescientos kilos para operarte, como mucha gente piensa. Pero, eso sí, el paciente también tiene que poner algo de su parte y cambiar de hábitos. Vigilo mi peso cada día y como de forma saludable. Antes, engullía. Ahora disfruto más con la comida. Antes comía cantidades ingentes. Ahora me basta con una tapa", se ufana.

Esta experiencia le llevó a crear la Asociación Bariátrica y Obesidad de las Illes Balears, para "dar voz a un colectivo que, pese a todo lo que padece, no la tiene. Unas personas que se deciden a mutilar uno de sus órganos (el estómago) para volver a ser ellas", proclama.

En opinión de Claudia, la obesidad está en los mismos parámetros que el cáncer, la diabetes o las cardiopatías. Por eso reclama que se avance en la educación nutricional en las escuelas. Que la sanidad pública no tarde entre cuatro y cinco años en operarte. Que tras la intervención el paciente sea visitado por un nutricionista de forma regular, cada quince días y no dos veces al año como se acostumbra. Que también se le realice cirugía reparadora porque a muchos de estos pacientes les sobran hasta 10 kilos de piel tras recuperar su peso normal, colgantes que son casi tan invalidantes como la propia grasa para mostrarse en público. Que también se contemple la actuación del fisioterapia para atenuar el dolor óseo que normalmente acompaña a la pérdida masiva de kilos. Que, en definitiva, al paciente se le haga un seguimiento durante los dos años siguientes a la intervención, plazo tras el que se considera que ya has vuelto a la normalidad. Plazo que Claudia está a punto de cumplir.