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La fiesta en paz

Solas en Palma

Operarios de la funeraria retiran el cadáver de Chinyere. guillem bosch

Chinyere ha muerto sola. Estaban con ella sus hijos de cinco, diez y once años, es cierto. Sin embargo, ellos esperaban los cuidados de su madre y, por edad, no estaban capacitados para cuidarla, para percatarse de que estaba enferma o, más trágico aún, para darse cuenta de que se estaba muriendo. Chinyere ha muerto el pasado fin de semana sola en Palma. Y sus niños convivieron varios días con ella tendida sobre la cama. Sin comer. Sin saber qué hacer. Hasta que uno de ellos, el menor de todos, salió del piso del barrio de Son Rutlan y habló con unos jardineros.

Entonces descubrimos que los niños habían dejado de ir a clase a principio de curso. Nada anormal en una tierra que recibe a miles de emigrantes que cambian de ciudad o de país, según soplen los vientos del trabajo. Supimos que los Servicios Sociales conocían la situación de vulnerabilidad de Chinyere y sus hijos. “Una familia sin ninguna red social ni familiar, con un progenitor ausente y el otro [la madre] que evitaba la intervención de los servicios sociales”, es la descripción del problema por parte de la consellera Fina Santiago. Pero, ¿qué hacer si la persona que necesita que le echen una mano esquiva la ayuda?, ¿cómo actuar?, ¿cómo intervenir para salvar a quien se enfrasca en la soledad?

Conocimos que hasta los bancos buscaban a Chinyere porque había dejado de pagar los plazos de la hipoteca. Si los acreedores no la encontraron, es la prueba de que era prácticamente imposible contactar con ella. Los vecinos habían dejado de verla hace un mes. ¿A quién puede extrañarle en una ciudad en la que, en no pocas ocasiones, los habitantes de un mismo edificio no son amigos ni conocidos y, a veces, ni siquiera saludados?

Palma tiene 400.000 habitantes. Ya no es la ciudad provinciana de los años 40 o 50 del siglo pasado en la que casi todos se conocían, sabían quiénes eran los familiares de cada residente y los lazos sociales se establecían en las calles, en las tertulias de los bares y en la tienda o la farmacia del barrio. Nadie pasaba desapercibido. Todos estaban identificados. Una ausencia de unos pocos días hacía saltar las alarmas de inmediato.

Chinyere ha muerto sola. El Ayuntamiento de Palma presentó unos días antes de que se descubriera el cadáver un estudio que desvela que unas 12.000 mujeres mayores de 65 años viven solas. No toda la casuística es idéntica. Las hay que se encuentran pletóricas de salud, que desean vivir en su hogar de siempre, en el que convivieron con su marido y en el que crecieron sus hijos. Se encuentran sin compañía pero bajo la atenta mirada diaria de su familia directa.

Otras son las que en los años 60 y 70 descubrieron la palabra independencia. Social, económica y vital. Ellas han decidido disfrutarla plenamente hasta que las fuerzas se lo permitan. Las hay que están acompañadas por mujeres inmigrantes que, a cambio de salarios muy bajos y manutención, suplen las fuerzas perdidas a media que se celebran cumpleaños.

Pero, ¿cuántas de esas 12.000 mujeres, y cuántos hombres, pueden ser una o un Chinyere? ¿Cuántos de ellos no reciben la atención necesaria? ¿Cuántos tienen problemas de salud, higiene o alimentación? ¿Cuántos necesitan simplemente compañía?

Existen grupos y asociaciones de voluntarios que llegan hasta hasta donde pueden. Los servicios sociales han sido castigados por Montoro y aquellos políticos a los que gusta pisar la moqueta pero que no se ensuciarán ni un milímetro las suelas de los zapatos pisando el barro de las infraviviendas. Y, sin embargo, estos son los verdaderos problemas a los que se enfrentarán los políticos del futuro. Queremos carreteras decentes, un transporte público eficiente, una economía que crezca. Queremos que se paguen las pensiones, que la sanidad pública atienda con presteza a los enfermos y que nuestra educación mejore en las evaluaciones PISA. Sin duda anhelamos eso y mucho más. Pero el buen político es aquel que, incluso sabiendo que es imposible lograrlo, acude cada día a su oficina con un objetivo: que no haya otro caso como el de Chinyere.

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